InicioActualidad#VTactualEsencia La Parranda de San Pedro: otra tradición en cuarentena

#VTactualEsencia La Parranda de San Pedro: otra tradición en cuarentena

La Parranda de San Pedro de Guatire y Guarenas, una de las manifestaciones culturales más concurridas del país y Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde 2013 por mandato de la Unesco, vivió la extraña experiencia de celebrar su fiesta grande solo para sí misma, escoltada, estigmatizada y vigilada por la autoridad, para que no se desbordara.

Es, quizás, uno de los más abrumadores resultados del Decreto de Estado de Alarma emanado del Gobierno nacional y extendido por 30 días más debido a la pandemia de la Covid-19: “Dadas las circunstancias de orden social que ponen gravemente en riesgo la salud pública y la seguridad de los ciudadanos” , enfatiza la Gaceta Oficial.

La Parranda de San Pedro siempre ha sido una de las fiestas devocionales más concurridas del país

No está sola en su desconsuelo. Todas las expresiones populares que se renuevan cada año desde mayo, siguiendo el ritmo del calendario festivo de tradiciones, han sufrido la misma contención en vista de los riesgos sanitarios que implican las grandes concentraciones públicas.

Pasó, guardando las distancias, con la Semana Santa, cuyos masivos actos litúrgicos se redujeron a breves recorridos custodiados por efectivos policiales.

Pasó con las fiestas en honor a la Cruz de Mayo y las diabladas del Corpus Christi, evocadas en los patios de los hogares por sus fieles, en mínimos encuentros eclesiásticos con tapaboca, guantes y distanciamiento social.

Pero no pasó con las fiestas que honran al San Juan Bautista.

En Guatire y Curiepe (estado Miranda), y en Naiguatá (estado La Guaira), lo que se contagió fue las ganas de los creyentes de desafiar la cuarentena radical.

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En Curiepe, dos horas al este de Caracas, pese a las órdenes expresas de las propias cofradías, se vivieron escenas de peregrinación exaltada detrás del santo y al compás de los tambores, hasta que efectivos policiales salieron a la calle a intentar “poner orden” sobre el espíritu cimarrón de la afrovenezolanidad. En Naiguatá sucedió algo parecido, con el agregado de que, videos viralizados a través de las redes sociales, mostraron gente parrandeando sin ningún tipo de protección visible.

En Guatire, capital del municipio Zamora del estado Miranda, donde también le cantan y bailan al Bautista, no solo acompañaron al santo hasta la iglesia el pasado 24 de junio, sino que algunas agrupaciones se echaron a las calles en romería festiva, y detrás de ellos devotos y seguidores cantando una estrofa que resultaba, por lo menos, premonitoria desde su grito ancestral:

¿Ay cuándo salirá Yayo Juanicó?

Ay sánquenlo pa’ fuera Yayo Juanicó

Saquen al San Juan Yayo Juanicó

Ay Mariambea Juambimbe

Para evitar incidentes parecidos, el gobierno local decidió aplicar una serie de medidas extremas a fin de impedir que se repitiera el aluvión entusiasta del pueblo, esta vez entre los seguidores del San Pedro, una deidad a la que muchos residentes de la provincia venezolana le atribuyen poderes milagrosos.

Solo con salvoconducto y por estricta invitación previa, se permitió el acceso de pocos a la iglesia para el ritual de la misa este 29 de junio. Y las imágenes de San Pedro pertenecientes a las distintas cofradías que organizan la celebración, quedaron bajo custodia en el templo parroquial, algo que jamás había sucedido en la historia de esa manifestación.

Los sanpedreños, desde el “velorio” que se hace la noche anterior con un emotivo encuentro de parroquianos, manifestaron su pesar por tan dura exigencia de los tiempos que sin embargo asumieron a rajatabla, doloridos ante la imperiosa necesidad de exigirle a sus seguidores recogimiento y resignación.

El arribo casi en solitario de las imágenes de San Pedro a la iglesia de Guatire, resultó desolador

“Es complicado expresar lo que se siente, es extraño. Un momento difícil pero necesario. Coño, ¿cómo puedo evitar llorar? Es imposible, muy arrecho… Cuídate. Hoy más que antes, quédate en tu casa” nos advirtió Miguel Alciro Berroterán, directivo de una de las cofradías del San Pedro más vigorosas, la del Centro de educación Artística Andrés Eloy Blanco, seguida años tras años por miles de personas de todas partes del mundo en medio de la algarabía, el compadrazgo y el ambiente de fiesta.

No es solo fiesta: es resistencia  

Nadie sabe cómo, cuándo y dónde exactamente nació la Parranda de San Pedro, pero todos, a través de la tradición oral, afirman que fue entre Guarenas y Guatire, cabalgando los siglos XVIII y XIX en respuesta de los esclavos a la imposición litúrgica de la sacrosanta iglesia católica.

La Parranda funde lo africano, lo europeo y lo indígena con cuatros, maracas, levita y pumpá, y el reforzamiento de la identidad negra a través del betún que embadurna los rostros de los parranderos. Tiene versos en cuarteta alternados por solista y coros, acordes armónicos y la vigorosa percusión que repican con sus pies los coticeros.

Cruza la historia del siglo XIX y se ancla en los colores de los bandos en conflicto durante la Guerra Federal: rojo y amarillo (azul en Guarenas) que exhiben los niños como señal de reconciliación.

La Parranda es, básicamente, una fiesta de colores. Esta vez tocó celebrar desde casa

Susurra el aliento del cautivo que se reveló contra la imposición: una esclava (María Ignacia) enferma, que temía por la salud de su hija (Rosa Ignacia), le pidió a su marido Domitilo que bailara a la niña frente al santo para implorar su salvación. Él se trajeó cual dama y salió a cantar y a bailar junto a sus cofrades ante la mirada impávida del rico hacendado que, para divertirse, le lanzó trajes y cueros y así animar su “pantomima”.

Los parranderos mimetizaron su grito de guerra y acopiaron “con la cotiza dale al terrón (patrón) / vuélvelo polvo sin compasión”, y cada 29 de junio transitan en procesión por las calles de Guarenas y Guatire, abarrotadas de propios y extraños, para aclamar la resistencia del pueblo.

La Parranda de San Pedro no es sólo una tradición, una devoción o una fiesta, es un mecanismo de integración del tejido social a partir de un elemento clave: la memoria, que, por su parte, es un ejercicio de tenacidad y transferencia, una forma de reanimar en el tiempo la sustancia de las cosas, aunque solo sean recuerdos inventados como dice Enrique Vila-Matas.

También es memoria, identidad y resistencia del pueblo

Y, ¿de qué nos sirve recordar, en un mundo donde los imaginarios se traman en las tecnologías de la información? Quizás para que los pueblos sobrevivan. Lo primero que destruyen las guerras para la dominación absoluta, es el acervo simbólico de las tierras arrasadas, sus elaboraciones conceptuales, su verbo, fundamentalmente a través de las industrias culturales.

El San Pedro es aquello que nos contaron y en lo que depositamos fe ciega. Así sea confinados.

Marlon Zambrano/VTActual.com

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