La papa nativa es tan nuestra que su existencia casi anónima ofende. Pequeña, arrugada y contrahecha. Diferente frente a la estética de la papa de mercado. Si se consigue, por lo general en ferias conuqueras, es gracias a un milagro del esfuerzo campesino, de la militancia soñadora y, últimamente, de la ciencia.
Sin embargo, a su favor cuenta con lo que no posee la papa convencional que inunda los automercados y las ferias agrícolas: completamente libre de agrotóxicos, nos remite a los sabores de la gastronomía popular, está colmada de nutrientes esenciales y sabe a patria.
Hay una alianza silenciosa pero poderosa detrás de su incipiente presencia en la mesa del venezolano y la venezolana. Un grupo de campesinos de las más remotas estribaciones montañosas, desde Mucuchíes hasta los Altos Mirandinos, aliaron su sabiduría milenaria con el conocimiento científico para devolverla a la cotidianidad desde su cima histórica.

Sobrevive gracias a los prodigios. Cuando el “mercado” convenció al campesino de que la semilla importada era más rentable que la criolla, la nuestra se fue perdiendo, con la suerte de que las abuelas campesinas se dedicaron a almacenarlas en las cuevas de los páramos andinos antes de que desapareciera totalmente.
Gracias a una investigadora apasionada, la profesora Liccia Romero, quien se dedicó durante su trabajo de doctorado en el Páramo de Gavidia (Mérida) a rescatar la semilla junto a la comunidad, alcanzó a ser reconocida en su acervo patrimonial.
Por su parte, Hugo Chávez, hace más de una década, ordenó la creación de la Corporación para el Desarrollo Científico y Tecnológico (Codecyt) con la idea de fomentar una alianza capaz de desarrollar tecnologías y transferirlas hacia el poder popular, comunidades, empresas, instituciones y universidades de todo el país.
Por la confluencia de estos hechos, y otros que han ido surgiendo en el azaroso camino de la guerra económica, hoy tenemos acceso a 60 variedades de semillas de papas soberanas, que puede adquirir cualquier agricultor en los laboratorios y núcleos semilleristas de la gran red de redes de productores campesinos de distintos estados del país, que consolida Codecyt a través de lo que bautizaron como la alianza científico-campesina.
Especialistas estiman que en Venezuela existen más de 400 rubros agrícolas alimenticios, de los cuales no se usan mas de 20 para el consumo humano. Evidentemente, de fondo brilla un asunto cultural impuesto desde las transnacionales de la alimentación que convirtieron la comida en un producto de mercado. Una de las barreras, quizás la más poderosa, que hay que romper para devolverle al consumidor alimentos realmente sanos y nuestros.

“Lo importante a entender —nos refiere Liccia— es que, si son 400 o más, nuestro verdadero potencial reside en que podemos siempre crear y criar más y más diversidad. Esa es nuestra posibilidad y riqueza más fabulosa. En contraste y en desafío suicida, la modernidad homogeneizante de los modelos de negocios del capitalismo agroalimentario se basan y promueven un número reducido de productos, o más bien mercancías alimentarias uniformes, que si suman 20 o un poco más, lo crucial es que están empobrecidas en su potencial nutricional e imposibilitadas de experimentar la natural coevolución hacia la diversificación. Esa dominación y esta dictadura de la pobreza alimentaria, es nuestra peor tragedia como país y como pueblo. Superar esta realidad histórica y emancipar nuestro sistema alimentario sería el más importante paso hacia un camino de liberación y soberanía verdadera”.
Gracias a tan digna cruzada hoy se consigue papa nativa en producción significativa en al menos seis estados del territorio nacional: Mérida, Táchira, Trujillo, Carabobo, Lara y Miranda.
Una cruzada paramera
Los Productores Integrales del Páramo (Proinpa), fue la primera organización de productores agrícolas reunidos en Mucuchíes, con fe en la propuesta de alianza científico-campesina. Son la columna vertebral de la coalición pues ellos hasta capacitan a los productores de los distintos estados, demostrando las potencialidades de su experiencia.
Esta asociación se ha venido forjando junto a Codecyt (adscrito al Ministerio para la Ciencia y Tecnología), permitiendo al campesino cultivar, transformar, conservar y distribuir desde la papa hasta rubros como café, cacao, ñame, batata, ajo y fresas a través de un sistema de redes socialistas de innovación productiva.

La interacción entre el ministerio y el campesinado consciente, permitió estructurar una estrategia y un proyecto de trabajo en 2015, con el cual se logró el reconocimiento de los saberes sobre las papas nativas de la comunidad campesina del páramo de Gavidia en Mérida, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la República Bolivariana de Venezuela, declaratoria publicada en Gaceta Oficial por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura.
“Se trata, entonces, de un proceso en construcción, un experimento social que ha caminado con éxitos esperanzadores y que ha sabido sortear los obstáculos de las incomprensiones que inevitablemente se incuban en el marco del sectarismo político de algunos, la ignorancia y las improvisaciones en el ejercicio gubernamental de otros, y de la lucha de intereses de las que por supuesto no escapa nuestro país», enfatiza la investigadora.
Sus nombres no solo revelan una variedad, sino también un origen ancestral, una búsqueda mística en relación con el en torno y el sentir de un pueblo: Rosada, Corazón negro, Cucuba, Arbolona Negra, Arepita, Ojo catire, Griteña, de las nueve subespecies y hasta 2 mil variedades de papas nativas que existen, según el inventario de los expertos.
Las estadísticas son alentadoras: actualmente gracias a la cooperación científico-campesina, se cubre buena parte de la producción de semillas de papa del país. Una lucha con duros contratiempos pero que apunta al abastecimiento del 100% del consumo nacional.
En este momento, los campesinos están dando una batalla heroica al enarbolar una papa silvestre sin modificaciones transgénicas ni paquetes tecnológicos, prohibidos expresamente por la Constitución bolivariana y sus leyes consecuentes.
Marlon Zambrano/VTactual.com
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