“Como es arriba, es abajo. Como es adentro, es afuera”.
Segunda Ley del Universo o Ley de Correspondencia
Quienes han investigado la evolución del pensamiento humano y el desarrollo de la psique aseguran que el principal trabajo que debe realizar una persona para vivir en armonía es el de aceptarse, reconocerse y no juzgarse, porque todo lo que es y lo que ha hecho está íntimamente relacionado con el nivel de conciencia que tenía en un momento determinado.
Esa misma filosofía debe aplicarse en la crianza de los niños, porque su nivel de conciencia y conocimiento sobre el mundo y las relaciones es bastante limitado, y está determinado por cómo se relacionaron con sus padres o cuidadores.
Dentro de esa crianza un error común es el de imponer etiquetas. Estas clasificaciones no son otra cosa que una forma de predestinar a los niños al éxito o al fracaso, a la realización o a la frustración, a la felicidad o a la desgracia.
Encasillar a un pequeño que apenas está descubriendo el mundo y que tiene muchas cosas por aprender es uno de los peores daños que se le puede hacer. Y es que si escucha constantemente que no es bueno para ordenar o que es tremendo, su mente entenderá que es así por naturaleza y que poco puede hacer para cambiar.
Y aunque hay una tribu importante de padres o cuidadores que apuestan a la reafirmación de conductas positivas y que creen que utilizando la psicología inversa influirán correctamente en la personalidad de los más pequeños, lo cierto es que la psicopedagoga Alicia Bastidas asegura que cualquier etiqueta –buena o mala- limita a los niños y daña su autoestima.
“Las etiquetas positivas actúan como parcelas cercadas que no permiten al niño descubrir quién es realmente. Sí bien es cierto que el peor daño proviene de las etiquetas negativas, las positivas tampoco funcionan si lo que queremos es criar niños sanos emocionalmente”, asegura Bastidas.
De acuerdo con la especialista, las etiquetas se convierten en expectativas. “Si los niños escuchan constantemente que todo lo hacen mal, entiende que los adultos (padres, cuidadores, maestros) no esperan un comportamiento diferente de su parte y como resultado fallan intencionalmente”.
Es así como la primera persona que debe creer en ellos, que son ellos mismos, comienza a actuar en su contra. “Por eso vemos adultos que nunca culminan proyectos, traicionan a las personas, no se educan o caen en vicios. Esa actitud es el resultado de todos los mensajes que recibió sobre sí mismo durante la niñez”.
Para Bastidas, la actitud correcta que debe ser asumida por los padres, cuidadores y maestros es aquella en la que se asuma al niño como un ser humano al que hay que conocer.
“Todos nacimos con un temperamento específico y este está determinado por nuestro nivel de actividad, regularidad, adaptabilidad, reacción a la novedad, intensidad de reacción, atención o persistencia, distracción, sensibilidad sensorial y tipo de humor. Una vez que nos acerquemos al niño como un sujeto de estudio y se entienda cuál es su temperamento, será mucho más sencillo guiarlo”, explica.
Para evitar las etiquetas, Bastidas recomienda que los adultos hagan un esfuerzo para escuchar efectivamente a los niños. Asimismo, el adulto debe aprender a manejar sus propias emociones (sobre todo la frustración) para que pueda enseñar a los niños a hacer lo mismo.
“También es importante que no se utilicen apodos, ni siquiera aquellos de origen cariñoso y que en el núcleo familiar los integrantes se comuniquen asertivamente”, destaca la psicopedagoga.
Un dato de interés que debe erigirse como un llamado urgente a corregir nuestros errores como guías de los niños es que los aspectos más importantes de la personalidad y la imagen que cada pequeño tiene sobre sí mismo, se construye en los primeros 7 años de vida. ¿Queremos construir una mejor sociedad? Comencemos por levantar un buen hogar.
Andreína Ramos Ginés/VTActual.com