“Educar está más cerca del verbo amar que de ordenar, dirigir, adoctrinar, someter o doblegar. No te equivoques como otras generaciones”.
Álvaro Pallamares
Hace algunos años, mientras estábamos en mi casa, una de mis amigas me miró con asombro interactuar con mis hijas e inmediatamente me preguntó si lo que yo practicaba era la famosa crianza respetuosa. Yo admití que hacía el intento, pero que a veces sentía que fracasaba.
Su comentario se produjo luego de una rabieta de mi hija menor y de los constantes intentos de mi hija mayor de interrumpir nuestra conversación. Para ella, un niño que hace esas cosas es maleducado y tiene que ser reprendido. Para mí, eso es una muestra de la poca atención que en esos días les estaba prestando a mis hijas.
Entenderlo no es sencillo, no se preocupen. Y mucho menos si cuando fuimos niños no nos contuvieron o amaron incondicionalmente. Luego de mucho leer y de mucho errar, comprendí que esas son dos de las condiciones que debe cumplir un padre que quiera practicar la crianza respetuosa.
Otra de las condiciones, la más poderosa, es haber podido sanar su niño interior.
En este punto ya entramos en materia, porque nadie que quiera criar con verdadero respeto a sus hijos podrá hacerlo sin antes haber entendido que los correazos, los golpes y los gritos que sus padres les profirieron en el pasado no son y nunca serán la respuesta.
El psicólogo clínico chileno, Álvaro Pallamares, director de comunicaciones de la Fundación América para la Infancia y uno de los más reconocidos portavoces de la crianza respetuosa en Latinoamérica, destaca que esta práctica comienza con la autoregulación de la rabia y de las emociones propias de los padres.
“La madurez emocional de los padres permite que aflore lo que la gente denomina crianza respetuosa, y cuando eres criado en un marco de respeto recíproco la vida se torna más fácil y acogedora”, explica.
Pallamares, quien a través de sus redes sociales orienta a millones de padres que desean hacer las cosas diferente, asegura que en la primera infancia (entre los 0 y los 3 años) los niños utilizan la rabia como un medio para alcanzar un objetivo y que con el transcurrir del tiempo aprenden a regular esta emoción observando cómo lo hacen sus padres.
“Los niños suelen aprender mirando a sus padres lidiar con su propia rabia. Aquellos que no lo hacen –porque no tuvieron el mejor ejemplo o por cualquier otra circunstancia- se volverán cada vez más agresivos”, señala.
A menudo, el entorno no entiende esta teoría y juzga a quienes intentan criar diferente. Este desconocimiento y el hecho de que esas personas sean voces de autoridad para los padres (como por ejemplo los abuelos), se convierte en otro enemigo de la crianza respetuosa.
De acuerdo con Pallamares, los padres que se enfrentan a esta situación deben recordar siempre el objetivo principal de haberse iniciado en este camino, que no debería ser lo extraño sino lo común. Y ese propósito no es otro que educar personas sanas física y emocionalmente, que a su vez puedan ser multiplicadores de esta corriente que busca sembrar paz y acabar poco a poco con la violencia.
También es importante iniciar un debate sobre por qué en las legislaciones está prohibido amedrentar, castigar, humillar y golpear a otro, pero pareciera que esas leyes no incluyen a los niños que en muchos casos terminan siendo víctimas de quienes se supone que los deben amar y cuidar.
Para muchos, está bien golpear a tiempo. Pero imaginemos un momento que aplicamos este supuesto a todas las relaciones humanas. El resultado sería una espiral de violencia sin fin que haría insostenible nuestro paso por la tierra. Amar es la única respuesta. Sanar, es el único camino.
Andreína Ramos Ginés/VTActual.com