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Netflix entró en la política y Obama lo sabe

¿Tiene Netflix una posición política? ¿Son políticamente inocentes sus producciones? ¿Hasta qué punto sus grandes responsables desean ejercer un poder político? Estas preguntas podrían hacer a más de uno frotarse las manos o sentir frío por el espinazo al imaginarse el potencial poder disuasivo que tiene esta plataforma digital.

Para ser franco, estas preguntas son difíciles de contestar, especialmente en lo que respecta a los intereses de los máximos responsables de Netflix. A menos que uno de ellos realice alguna confesión sobre estos asuntos, solo sería caer en especulaciones sobre lo que busca esta gigantesca productora. Lo que sí es seguro es que persiguen una meta fundamentalmente capitalista como toda empresa privada: hacer dinero. Mencionando esta obviedad, se puede entrar entonces en el terreno de lo que muestra Netflix a través de su oferta audiovisual.

Lo primero es entender que Netflix es la principal plataforma de distribución de producciones audiovisuales en streaming, ya que cuenta con más de 125 millones de suscriptores en todo el mundo. Como ya se ha explicado anteriormente, esta plataforma cambió por completo las normas de la industria audiovisual y es un medio que tiene el potencial de influir inmensamente en la política mundial debido a su nivel de penetración.

Netflix
Con más de 125 millones de suscriptores, Netflix es una de los más poderosos medios de comunicación en la actualidad.

Otro punto importante a entender: no se trata solo de una “tv digital”, sino de un sistema bien diseñado que usa un algoritmo que capta información de los usuarios y crea un perfil para saber qué le interesa, cuándo le interesa, desde dónde lo visualiza, entre otras cosas. Es tan poderoso que algunos lo consideran casi una especie de «pareja sentimental» y ha dado pie al binge watching, atracones de episodios de una serie que puede mantener a una persona frente al televisor por horas. Ningún otro medio había logrado esto antes. Entendiendo esto y que ningún discurso es completamente inocente ni mucho menos libre de juicios de valor, y que la objetividad es una completa falsedad, es cuando se puede apreciar de lleno el gran potencial disuasivo de Netflix y cómo pudiera ser usada como arma política.

El expresidente gringo Barack Obama y su esposa Michelle así lo han entendido, por eso firmaron en mayo pasado un contrato con Netflix para producir series de ficción, programas informativos, docuseries, documentales y películas. ¿Podría tratarse de una maniobra para influenciar a millones de personas alrededor del mundo? El tiempo lo dirá pero algunos creen que se trata de una estrategia para empezar a competir con las televisoras tradicionales a través de una lucha camuflada por subjetividades, es decir, sin entrar de lleno en la confrontación política. Que se quede Trump con ese estilo torpe y hostil piensan Obama y Netflix.

Netflix
De ser presidente del país más poderoso del mundo, ahora Barack Obama busca crear contenidos políticos masivos.

Volviendo al tema: ¿son políticamente inocentes las producciones de esta plataforma? Tras una primera mirada pareciera que . Ciertamente se tocan temas políticos en algunas series y son pocas las producciones que abarcan de lleno el tema político partidista. No pudiera decirse que todas las series fijan una postura anticomunista/antiizquierda y procapitalista/proconservadora como desde hace muchas décadas ha hecho la máquina adoctrinante de Hollywood: los gringos siempre son los buenos, ganaron en Vietnam y todos queremos ser parte del american way of life.

Pero observando de manera más minuciosa, hay elementos que sugieren una parcialización política. Por ejemplo, la serie “O Mecanismo” habla sobre el caso Lava Jato, la megatrama de corrupción de Petrobras, en la que no se menciona explícitamente a Dilma Rousseff ni a Lula Da Silva pero existen dos personajes que son su reencarnación discursiva. El lawfare los sacó del camino político y los medios y series como ésta los termina condenando en el escenario público. Peor aún es la “comedia” de Netflix llamada The True Memoirs of an International Assassin, donde un espía ficticio yanqui llamado Sam trata de asesinar al presidente venezolano, que irónicamente se parece bastante al actual mandatario Nicolás Maduro. Lugares comunes del peor cine hollywoodense plagan el guion de este desperdicio de tiempo y dinero.

Netflix
House of Cards es una de las principales series políticas de Netflix pero hay muchas otras producciones que son muy cuestionables.

Otras series como “Narcos” y “El Chapo” contienen líneas argumentativas atiborradas de prejuicios y estereotipos sobre los latinoamericanos y su supuesta vinculación al narcotráfico, pese a que EEUU es el principal consumidor del mundo y hasta sus fuerzas armadas están metidas en el negocio (Afganistán es un buen ejemplo). Llama la atención además, que poco o nada se dice de las excelentes relaciones de EEUU con gobiernos de Colombia y México, llegando incluso al punto de proteger a políticos ligados al narcotráfico u otros graves crímenes, sencillamente porque son sus aliados (el caso de Álvaro Uribe Vélez es otro gran ejemplo).

Aunado a esto, también está lo que no aparece en la oferta audiovisual: el genocidio palestino y yemení, la explotación capitalista en países del “tercer mundo”, el negocio de la salud, el doble rasero de EEUU y la UE en torno a derechos humanos, inmigración, guerra, y un largo etcétera. En otras palabras, Netflix ayuda a imponer una agenda sobre asuntos que son trascendentales para ciertos sectores pero que no afectan los intereses de los grandes poderes fácticos ni mucho menos los cuestiona. Ya sea de forma consciente o por omisión, no, no se puede decir que los contenidos de Netflix sean políticamente inocentes y Obama está claro en eso.

JA

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