Laura pasa los treinta años. Un hijo que no llega a los dos, una relación estable, un trabajo agradable y con buenos beneficios, como no ha tenido antes. Pero su mente no le dice lo mismo: ansiedad, problemas para dormir, medicación.
«Yo dormía como 10 horas al día, pasaba casi todo mi tiempo libre en eso, pero ahora solo caigo si me tomo una pastilla»
Carlos tiene una vida bastante apacible, pero desde los meses de violencia de 2017 en Venezuela ha visto sus niveles de estrés incrementándose de forma constante. Actualmente toma más valeriana que café (bebida esencial para los venezolanos día a día) y le cuesta conciliar el sueño varias veces por semana.
«Siento que me duele el pecho, me da taquicardia y empiezo a pensar que me voy a morir, que tengo algo malo. Me paralizo y dejo de pensar en otra cosa que en la muerte»
Son solo dos casos de padecimientos propios de desórdenes asociados a la ansiedad, trastornos de pánico y episodios depresivos. Hay un auge en el país suramericano, sometido no solo a los embates de una guerra económica sino de constantes bombardeos y presiones a su sistema nervioso.
De ser un fenómeno un poco «común», pasó a verse en casi el total de pacientes de la consulta, explican diversos especialistas, para quienes resulta evidente que este tipo de trastornos se ha instalado en la realidad venezolana.
Los ciudadanos de la nación suramericana están expuestos, día tras día, a un bombardeo mediático que les moldea su propia realidad siempre yendo de gris a negro. Aunque con problemas, Venezuela no está peor que países en guerra armada ni vive una crisis humanitaria, reconocen internacionalmente. Sin embargo, por redes sociales, medios convencionales y digitales, y hasta en las calles, la guerra psicológica hace mella.
En tiendas, panaderías, restaurantes y un sinfín de comercios se puede ver a personas preocupadas porque están «pasando hambre», mientras compran cervezas, golosinas o alimentos. Incluso se puede escuchar ese argumento en lugares de esparcimiento pagos, como cines o locales nocturnos. Hay dos realidades en una misma mente.
Personas que no pasan por situaciones de pobreza extrema se apropian desde el miedo de las realidades de quienes sí pasan por eso: en Venezuela, como en el resto del mundo, existe la pobreza y el hambre, aunque quienes reconocen hacer sus tres comidas diarias son quienes más enarbolan su «hambre» como relato de la crisis.
Los trastornos de ansiedad, sumamente comunes en personal militar presente en conflictos armados, son una huella indeleble en las mentes de quienes están sometidos a condiciones de estrés continuas.
En Venezuela, esa guerra se da desde los medios, pero también se ha instalado en las calles. Las guarimbas fueron ejemplo de ello: la imposición del miedo a través de la exacerbación del odio al distinto, como parte de un libreto que busca quebrar el carácter de la sociedad venezolana, mantiene en zozobra a gran parte de la población.
Desde 2014, cuando el llamado a la «Salida» creó caos por semanas y la muerte de 43 personas, hasta 2017, cuando llegó el clímax de la violencia extremista, más y más pacientes han acudido por ayuda psiquiátrica.
Lo decía en 2014 la dirección del Programa Nacional de Salud Mental. Ahora lo ratifican los especialistas, para los cuales recetar ansiolíticos o remedios naturales más leves contra la ansiedad se ha convertido en rutina absoluta de su trabajo.
Dejando de lado el más obvio (la muerte), la guerra tiene, así como diversas manifestaciones, efectos que pasan por un amplio espectro: uno de ellos, queda claro, es el de alojarse en la mente de sus víctimas y acompañarlas, mantenerlas con miedo constante e irracional.
Así lo entienden los laboratorios de la mass media. Por una parte, buscan gestionar con su versión de Venezuela una invasión u otras formas de salida desde fuera del país, pero por la otra se construye la necesidad de que así sea: ¿será que un pueblo presa del miedo o enloquecido es más dócil?
JI