InicioDestacadaEcuador: un balance de la insurrección popular. Primera Parte.

Ecuador: un balance de la insurrección popular. Primera Parte.

Por: J.J DiazI

El péndulo de la historia no deja de virar en América Latina. Ecuador, un pueblo de grandes tradiciones insurreccionales, vuelve a convertirse en el epicentro latinoamericano de la lucha de clases. Con la intención de adquirir un préstamo por 4.200 millones de dólares el gobierno de Lenin Moreno anunció, el 1 de octubre, la aplicación de un plan de austeridad recetado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Entre las medidas más polémicas del ahora conocido “paquetazo” se contemplaban la eliminación del subsidio al combustible (reducción del gasto público) y ataques contra varias conquistas laborales del pasado (Reforma laboral).  Las decisiones tomadas a espaldas del pueblo son los detonantes que desataron la tormenta.

Lo que contemplamos en Ecuador no fue una protesta más de activistas descontentos. De lo que se trató fue de una verdadera insurrección popular, que amenazó en sobrepasar los límites institucionales del estado burgués. A ello se debe el apuro de Moreno y sus acólitos de entablar una mesa de diálogo con dirigentes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) en un intento desesperado del gobierno de alcanzar acuerdos que permitieran la desmovilización, desde arriba, de la insurrección popular. En muchos aspectos la base del movimiento insurreccional sostuvo una determinación, voluntad de poder y radicalización superiores al propio liderazgo que las conducía. 

Armados con palos y dignidad el Movimiento Indígena ecuatoriano sorprendió a Lenin Moreno y al mundo. Foto cortesía de Telesur

Es tal la magnitud de la insurrección que sorprendió a los mismos dirigentes de las organizaciones sociales implicadas. Tan solo la población indígena fue capaz de movilizar a 20.000 personas. La respuesta del gobierno fue declarar el estado de excepción y más tarde un toque de queda, reprimiendo brutalmente a los manifestantes. Pero lo más significativo de la fuerza desencadenada fue la cobarde retirada de Lenin Moreno hacia la ciudad de Guayaquil, abandonando temporalmente el palacio presidencial de Carondelet para buscar refugio en las faldas de los socialcristianos Jaime Nebot y Cynthia Viteri. Al menos que usted sea un total miope basta con mirar superficialmente la composición social del movimiento insurreccional (indígenas, obreros, campesinos) y los elementos del “orden” que defienden “el paquetazo” (Lasso, Nebot, la clase media) para darse cuenta que lo que subyace en Ecuador no es más que una cruda lucha de clases.

El sábado las organizaciones sociales habían reportado 27 muertos en enfrenamientos con el ejército y la policía, 860 personas heridas de gravedad y 1.430 heridas leves, 120 personas desaparecidas (entre estas 62 son menores de edad), y más de 1.800 personas detenidas en recintos policiales

Para muchos liberales y partidarios de la escuela de economía neoclásica las clases sociales son una ficción, una “vulgar” abstracción del pensamiento Marxista, perfectamente sustituible por los “agentes económicos” como motores de la economía capitalista. Sin embargo, para que las relaciones de propiedad y de producción imperantes en el capitalismo puedan surgir y garantizar la acumulación privada de capital, las divisiones en líneas de clases son una precondición ineluctable.  Sobre esta base se constituyen los gobiernos burgueses que terminan por reducir al ejecutivo en una junta de administración de los negocios en común de toda la burguesía nacional. Así el Estado, barnizado por los liberales con una aura de neutralidad, no es más que un órgano de represión de una clase sobre otra. Allí los límites de las democracias burguesas para satisfacer las necesidades de la gran mayoría, allí la brutal violencia de las fuerzas armadas al agudizarse las luchas populares, allí la charlatanería de los parlamentos en defender los privilegios y beneficios de unos pocos.

Lo más demostrativo de los hechos en Ecuador es la imposibilidad de una hegemonía neoliberal estable y perdurable en América Latina, como se creía después del retroceso de los gobiernos reformistas y progresistas en la región. La arrogancia de la derecha y sus expectativas de un definitivo regreso al poder, se ha vuelto totalmente comprometida por el rápido accionar de las masas. Bolsonaro, Duque y Piñera sufren una caída sostenida de su popularidad y Macri está próximo a sufrir una inminente derrota electoral. En Puerto Rico Ricardo Rosselo terminó depuesto, mientras que en Perú y Haití la situación sigue siendo crítica. Pero fue en Ecuador, indiferentemente de como terminó la insurrección, la antesala de la lucha de clase que muy pronto sacudirá a toda América Latina y pondrá contra las cuerdas a todos los gobiernos reaccionarios de la región.


La medida más cuestionada del paquete es la eliminación del subsidio a la gasolina y al diésel, lo cual evidentemente tiene efectos directos en el costo del trasporte liviano y de carga, así como en el aumento del costo de la vida para toda la población.

Un asunto de dirección

Lenin Moreno descargó toda la fuerza de la represión estatal contra la enérgica manifestación popular que se desarrollaba en la ciudad de Quito. Los indígenas, obreros y campesinos insurrectos tomaron – por un tiempo limitado – centros de poder como lo son la asamblea nacional, gobernaciones y alcaldías, incluso lograron que algunos sectores del ejército se colocaran de su lado, poniendo sobre la mesa la cuestión de «quien tiene realmente el poder». El regionalismo y el racismo fueron las armas ideológicas de la derecha en Guayaquil para imponer el miedo y justificar la violencia contra los “indios de la sierra”, quienes, según ellos, venían como hordas desalmadas a trastocar el civilizado orden democrático y la “santificada” propiedad privada. Cabe subrayar que la oligarquía ecuatoriana ha gozado del silencio cómplice del departamento de estado, la ONU, la OEA y otros organismos multilaterales. Aquí quedaron desnudos los verdaderos intereses que mueven a los EEUU, al grupo de Lima y a la comunidad Europea contra Venezuela; No es la democracia, ni son los derechos humanos, ni la opinión de la mayoría lo que importa; sino la imposición del perro faldero que asegure el flujo constante, ventajoso y seguro de petróleo y minerales para las corporaciones norteamericanas.

La represión criminal contra los manifestantes no logró otra cosa que espoliar a las bases del movimiento y crear un efecto inverso al que se perseguía: el movimiento popular terminó por radicalizarse. Mientras los líderes de la CONAIE se negaban a reunirse con el gobierno hasta la derogatoria de la resolución 883 (La resolución que dejaba sin efectos los subsidios al combustible), las bases indígenas, obreras y campesinas irían más allá de esa exigencia; el asunto estratégico para ellos era garantizar la salida del FMI, el retroceso total del paquetazo y el derrocamiento de Lenin Moreno. Esta idea alcanzó durante el fin de semana a los barrios más depauperados de Quito quienes se comenzaron a unir a la insurrección bajo el grito “Fuera Moreno, Fuera Moreno”. No obstante, la dirigencia de la CONAIE y de las otras organizaciones sociales continuaron con posturas moderadas, Como el mismo dirigente indígena Yaku Pérez reconocería públicamente: «No conviene desestabilizar a la democracia, por más débil que sea; no sacamos nada cambiando de presidente».

El pasado domingo por la noche se instalaron unas mesas de diálogo entre dirigentes indígenas y el gobierno. Estas mesas dejaron como resultado un parcial logro para la insurrección: la derogación de la resolución 883 y la conformación de una comisión mutua para elaborar un nuevo decreto. Este revés sufrido por el gobierno es una victoria en sí misma, que se debe al valor, determinación y fuerza del pueblo ecuatoriano. Por su parte los dirigentes de la CONAIE se comprometían a levantar el paro general.

Al día siguiente de decretadas las medidas, comenzaron las protestas en las calles, con un llamado a paro nacional por parte de trasportistas y el llamado a la protesta por parte de diferentes organizaciones sociales.

Sin embargo, las demás contra-reformas económicas de Lenin Moreno siguen intactas y el gobierno que anunció su aplicación continúa en el poder; sobre estas bases ninguna conquista lograda está garantizada en lo inmediato, muy por el contrario la oligarquía ecuatoriana puede contraatacar en el cercano y mediano plazo.

Haciendo un balance objetivo de los resultados podemos decir que si la insurrección popular, encabezada por la dirigencia indígena, se anotó un tanto con la victoria táctica de la derogatoria del 883, Lenin Moreno avanzó en lo estratégico para su gobierno: el levantamiento del paro general y la total desmovilización de la insurrección, retornando la estabilidad y la tranquilidad al país. Sin la salida de moreno y la instalación de un gobierno popular que represente a la gran mayoría, haciendo de la insurrección  una verdadera revolución, no hay una victoria de largo aliento para los insurrectos. Aquí la dirección de la CONAIE y demás organizaciones indígenas tienen toda la responsabilidad.


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