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Ciudad de Dios: una crónica sobre las bandas que azotan las barriadas latinoamericanas

La Mara Salvatrucha hace y deshace en México y El Salvador. La pandilla “Primeriro Comando da Capital” controla las cárceles brasileñas. Con menos poder y proyección internacional, las bandas del Coqui (Cota 905) y el Wilexis (Petare) hacen lo propio en Caracas.  Lo cierto es que ninguna gran ciudad en América Latina está inmune de padecer la influencia y los embates de la delincuencia organizada, que usualmente establece verdaderos Estados de Excepción y gobiernos paralelos en nuestras barriadas.

Para quien desee conocer el origen, estructura y funcionamiento de estas organizaciones criminales el libro “Ciudad de Dios” (1997) de Paulo Lins y la película del mismo nombre dirigida por Fernando Meirelles (2002) ofrecen un interesante retrato de ese proceso dentro de la mencionada favela de Río de Janeiro. Esquema que se reproduce en el resto de América Latina.

Una novela de película

Paulo Lins es un escritor nacido en una favela de Río de Janeiro (Brasil) en 1958. De 1986 a 1993 trabajó como ayudante de la antropóloga Alba Zaluar – que para ese entonces investigaba la criminalidad en las barriadas brasileñas – y de sus entrevistas y pesquisas surgió la idea de plasmar en una novela lo que había visto y oído, naciendo así “Ciudad de Dios”.

En 2002 el director Fernando Meirelles, asesorado por Lins, realizó el filme del mismo nombre utilizando un recurso novedoso: creó un taller de actuación en esta favela del que salieron los principales protagonistas y la mayor parte del reparto para, así, darle mayor realismo a la cinta. Como dato curioso, Meirelles necesitó del permiso de los narcotraficantes de la zona para poder rodar la película.

“En Ciudad de Dios si huyes te pillan y si te quedas te comen”

Con esta frase, magistralmente precedida por la carrera de un pollo que huye de una muerte segura en manos de los pandilleros, se nos presenta la realidad de los habitantes de las barriadas marginales: una vida atrapada dentro del espiral de violencia que estremece su cotidianidad…

El Trio Ternura o la “candidez” de los malandros en los 60’s

El Trío Ternura eran los bandidos que hacían vida dentro de “Ciudad de Dios” en la década del 60. Sus actividades delictivas consistían básicamente en atracos y robos de automóviles. En cierta forma, la comunidad simpatizaba con ellos porque eran generosos y los veía como una especie de Robin Hood que “robaba a los ricos” para ayudar a los pobres. La violencia de la generación emergente representada por “Dadinho” – un niño que los seguía a todas partes – empujó a uno de ellos a resguardarse en la religión y a los otros dos a una muerte temprana.

El Trío Ternura

La penetración del narcotráfico en los 70’s

En los 70 el narcotráfico se instala en las barriadas populares ofreciendo empleo y dinero fácil a sus jóvenes habitantes, la mayoría excluidos de la educación formal y sin grandes perspectivas de futuro. Los “micro capos” – por darles un nombre a los operadores menos glamorosos de esta industria transnacional –  se dividieron la favela por sectores y convivían en “sana paz”… Hasta que Dadinho, convertido en Zé Pequeño, decidió eliminarlos uno a uno para controlar el negocio en la zona. De esta “purga” sobrevive un narco llamado Zanahoria gracias a sus buenas relaciones con Bené, el lugarteniente de Zé Pequeño. No obstante, Ze Pequeño persiste en la idea de “sacarlo del medio”.

“Si el tráfico fuera legal, Zé Pequeño hubiera sido el Hombre del Año”

El narcotráfico dentro de las barriadas es un negocio rentable que ofrece fuentes de empleo a muchos de sus habitantes desde su más tierna infancia. Posee líneas de producción, funciones y jerarquías. Este fragmento de la película lo explica perfectamente:

Zé Pequeño: “En mi favela nadie roba, ni viola”

Para atraer a los clientes de las zonas adineradas, es menester que la favela sea un lugar seguro y con poca presencia policial. Para ello los narcos asumen las funciones de brindar seguridad y protección a los vecinos imponiendo sus propias normas de control social. De esta manera se ganan el reconocimiento de la comunidad que – ante la ausencia e inoperancia de la Policía – se siente protegida por el capo y su banda. El que quebrante el “clima de seguridad” de la zona será castigado sin importar su edad.

Una cadena de complicidades

¿Si las pandillas se encargan del control social en las barriadas cuál es el papel de los cuerpos de seguridad del Estado? El filme nos muestra como existe una especie de acuerdo de convivencia entre ellos. Los pandilleros les dan a los funcionarios corruptos de la policía parte de sus ganancias del narcotráfico para que los dejen operar en paz.

Por otra parte, las pandillas adquieren armas de guerra para controlar la zona, enfrentar los operativos policiales y utilizarlas, también, en las guerras por el control del territorio. El filme nos muestra como – por lo menos en Brasil – funcionarios de la policía “desvían armamento” de sus cuerpos a los traficantes de armas quienes, a su vez, se lo venden a la banda. Esto explica la razón por la que muchas bandas están igual o mejor armadas que los cuerpos de seguridad.

A pesar de este duro relato, en Ciudad de Dios, también hay espacio para la esperanza. Tenemos el personaje de “Buscapé” – o Rocket en la traducción al español – el protagonista de la historia que sin caer en la criminalidad  se abre camino en medio de ese mundo de violencia para realizar sus sueños… Como también lo hace la mayoría de los habitantes de nuestras barriadas.

Enza García Margarit/VTactual.com

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