Devuelvan los siete árboles que hacían un bosque en campos
de mi infancia y cantaban por todos en la desgracia universal.
Juan Gelman
En este preciso instante millones de inmigrantes se encuentran atrapados entre la nieve y la inclemente ola de frío que azota a Europa. Mujeres, hombres, niños y niñas se estrechan ateridos en campamentos mal adaptados a este cruel invierno que les congela aun más las penas. Enjugan rápido las lágrimas por miedo a que se les congelen en los ojos, y apenas si pueden sollozar por el recuerdo del país y el hogar que fue devastado por una guerra sedienta de riquezas materiales, por la codicia de un sistema que viene empujando a toda la humanidad hacia un terrible abismo.
El Premio Nobel de la “Paz”, Barack Obama, entregará en pocos días la presidencia de los EE.UU con record de tres bombas por cada hora que cayeron sobre Siria, Irak, Libia, Yemen, Somalia, Pakistán y Afganistán, durante el último año de su mandato. Sus fuerzas de operaciones especiales se despliegan hoy en setenta por ciento de los países del mundo. Tropas y tanques de la OTAN cercan la fronteras de Rusia y una nueva guerra fría comienza a erigir un muro más extenso.
“¡Moloch cuyo amor es el petróleo y piedra sin fin! ¡Moloch cuya alma es electricidad y bancos! ¡Moloch cuya pobreza es el espectro del genio! ¡Moloch cuyo destino es una nube de hidrógeno asexuada! ¡Moloch cuyo nombre es la mente!”. Un dios, que en el “Aullido” de Allen Ginsberg, estremece nuestras madrugadas.

Para 1991 un verdadero Nobel de Literatura, el colombiano Gabriel García Márquez, leía en un documento del Grupo de los Cien, firmado por numerosos artistas e intelectuales, que “La Tierra está atravesando por la peor crisis ecológica de su historia. Casi la mitad de los bosques tropicales del mundo ha desaparecido. Se pierden entre dieciséis y veinte millones de hectáreas boscosas por año, y cada hora una especie viva se extingue. Para el año 2000, tres cuartas partes de los bosques tropicales de América habrán sido arrasadas y, probablemente, perderemos el cincuenta por ciento de sus especies… Por otra parte, cada año se vierten millones de toneladas de desechos tóxicos en nuestras aguas, que los países desarrollados han convertido en un inmenso basurero de venenos. El setenta y ocho por ciento de estos desechos proviene de los Estados Unidos. Es decir, lo que costó a la naturaleza millones de años para ser creado, los humanos lo habremos destruido en poco más de cuarenta”.

Hoy, después de casi treinta años, la cuenta se ha perdido y seguimos en picada. Y aunque todavía el gigante del norte no encuentra –en sus incursiones al espacio exterior–, otro planeta virgen para quemar, sigue la marcha demoledora, sin caer en cuenta que si no resolvemos nuestros problemas no habrá vida en este único y posible hogar que es la Tierra.
Se comienzan a ver muestras palpables de este cataclismo. Los desastres y desequilibrios naturales que en los últimos años, casi de manera simultánea, se han dado en diversas regiones, aparecen como síntomas de un organismo que se enferma progresivamente. Los que dirigen el sistema parecen no escuchar las advertencias de las voces, que por suerte permanecen encendidas haciendo brasa bajo una capa de cenizas que debemos avivar para amainar el hielo. Voces de escritores que han querido encender un enorme fuego alrededor del cual esta humanidad se siente para escucharse y sentirse como un solo organismo que pueda convivir dentro de ese despliegue de vida que es nuestro planeta.

¿Qué hacer? –se preguntaba como Lenin, José Saramago– “De la literatura a la ecología, de la fuga de las galaxias al efecto invernadero, del tratamiento de la basura a la congestión del tráfico, todo se discute en este mundo nuestro. Pero en el sistema democrático, como si se tratase de un dato definitivamente adquirido, intocable por naturaleza hasta la consumación de los siglos, de eso no se discute… No hay peor engañado que aquél que a sí mismo se engaña. Y así es que estamos viviendo”.
En sus “Ecopoemas” Nicanor Parra alzaba su tono:
EXPLOSIÓN DEMOGRÁFICA
SAQUEO DE LA NATURALEZA
COLAPSO DEL MEDIO AMBIENTE
vicios de la sociedad de consumo
que no podemos seguir tolerando:
¡hay que cambiarlo todo de raíz!
***
Buenas Noticias:
la tierra se recupera en un millón
de años
Somos nosotros los que desaparecemos

Y junto a Parra el escritor argentino Ernesto Sábato: “Es urgente encarar una educación diferente, enseñar que vivimos en una tierra que debemos cuidar, que dependemos del agua, del aire, de los árboles, de los pájaros y de todos los seres vivientes, y que cualquier daño que hagamos a este universo grandioso perjudicará la vida futura y puede llegar a destruirla”. Y junto a Sábato el estadounidense Henry Miller: “Hasta que no sea incluido el último de los hombres, no habrá una verdadera sociedad humana. Mi inteligencia me dice que tal modo de vida tardará mucho tiempo en llegar, pero me dice también que nada que no sea eso satisfará nunca al hombre”.
En un mundo que padece la prepotencia de quienes quieren hundir a otros en la miseria y la pobreza para erigirse en la desmesura de su riqueza, estas son voces que no pueden solaparse en la maldición de Casandra, sino que deberían sacudir el alma y hacer entrar en cuenta a los que conducen el desastre, voces que deberían calar cada vez más en el alma de las gentes, para empujar desde abajo, entre todos, esta rueda gigante que es la vida.
https://www.youtube.com/watch?v=cCuERxMf_Xo
CMD