En Argentina, como en muchos países de Latinoamérica, tradicionalmente, la población adulta mayor ha vivido en riesgo (a ser olvidados, desatendidos, relegados).
Los gobiernos de la derecha promueven las situaciones más crónicas. En su afán por anteponer el comercio y la economía a todo, se olvidan de lo humano, de lo importante, y los abuelos suelen ser de los primeros en pagar el precio.
En época de coronavirus, en el país austral no gobierna la derecha, pero la llegada del peronista Alberto Fernández es apenas reciente. Los adultos mayores de la Argentina vienen arrastrando meses, años, de maltrato. Aquello no se resuelve en seis meses y menos en una situación de pandemia.

El caso es que en los centros de emergencias se vienen registrando casos muy deplorables, entre un sector altamente vulnerable, el que más, por las características del covid-19. Y si el anciano tiene enfermedades de base, el caso empeora.
Pero no sólo la atención gubernamental ocupa la mirada, también el trato que les damos como sociedad a nuestros ascendentes puede marcar la diferencia.
Resistencia al aislamiento
Reporta una agencia internacional un ejemplo: Una señora de avanzada edad entra al hospital, un par de enfermeros la atienden y le preguntan que comió la última vez porque apenas puede sostenerse en pie.
No teman, no tiene coronavirus. Es que se ha desvanecido porque pasó horas haciendo fila a la intemperie para cobrar su jubilación. La necesidad de ir al supermercado a comprar alimentos la sacó del indispensable confinamiento en su hogar para correr un enorme riesgo.
El gobierno y los expertos sanitarios de toda la región han sido enfáticos en torno al aislamiento de los abuelos por causa del coronavirus, las experiencias de China, Italia y España, donde los ancianos representaron el mayor porcentaje de las víctimas fatales, ha hecho endurecer las medidas.
Pero, en el caso argentino, la situación socioeconómica y, por ende, la del sector de mayor edad, no resulta fácil.
Frente a ello, un experto establece una comparativa: “Si un anciano ha vivido una vida razonablemente bien, sin problemas económicos, y tiene el apoyo familiar, experimenta la cuarentena de una manera diferente a quien lo ha hecho en condiciones precarias, quien mayormente padece horas de fila para cobrar una jubilación”. Aunque no se crea, la afectación más que física resulta emocional.
Como la señora de la sala de emergencias, miles de ancianos se agolparon el viernes frente a los bancos que durante días permanecieron cerrados. La escena demuestra que en condiciones de minusvalía, los abuelos difícilmente acatan las recomendaciones sanitarias.
Se justificaba un hombre de 77 años: “Cómo le voy a tener miedo a la pandemia”, mientras arribaba a la décima hora de espera en un sector de Buenos Aires. Como en el primer caso, su principal urgencia es comprar alimentos, aunque para otros sería la adquisición de medicamentos.
Necesidad de compañía en la vejez
Si bien las aglomeraciones colocan en peligro a los ancianos argentinos (o peruanos, chilenos, brasileños, mexicanos, etc) o la recesión económica, agravada por el coronavirus, les genera graves problemas, también habría que considerar que el distanciamiento social podría aumentar el riesgo de que los ancianos enfermen, no de covid-19, sino de soledad.

La psicóloga Alejandra Libenson afirma que el aislamiento puede tener graves consecuencias psicológicas para el adulto mayor, que puede llegar a sentir que pierde todos los lazos posibles y que sus rutinas se truncan.
Por su parte, la geriatra Miriam Rozenek subraya que los adultos mayores necesitan del aislamiento físico, pero que éste no sea social, porque “además de alimentos y medicinas necesitan la palabra” y que se les integre.
Libenson insiste en que uno se distancia físicamente del otro lo que no quiere decir que se aísle del otro, por lo que destaca que se debe seguir en contacto y hay que echar a andar la creatividad para hallar nuevas formas de encuentro con nuestros amados mayores.
En este caso sugiere dar uso a las redes o aplicaciones sociales, ya que podrían ayudar a que el acercamiento se genere, así no sea físico.
Cuidado con lo que oyen, lo que ven o cómo se lo decimos
Las noticias podrían asustarnos a todos, a niños, jóvenes, adultos o ancianos. Pero ya saben lo que dicen, de la emocionalidad brota la vulnerabilidad física, y el último grupo es muy susceptible en este aspecto.
Por ello, Libenson advierte que en los medios se está haciendo gran uso de un lenguaje bélico alrededor del coronavirus, sobre todo cuando se dice “estamos en guerra, estamos en combate, debemos quedarnos en nuestras trincheras”.

Por ello, insta a tratar el virus como un elemento biológico súper contagioso del cual tenemos que cuidarnos para no infectarnos, pero, insiste, dejemos de tratarlo como un bando al que hay que arrasar, en cuestión de enfermedades y sanación “nadie es enemigo de nadie”.
FF/VTactual.com