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Cómo sobrevive la sociedad venezolana

Unos optaron por la “vía fácil”, que es la de entregarse al caos, alimentarlo e incrementarlo cada día. Esos son los que han buscado resolver sus propias necesidades (y más que eso) pasando por encima del resto. Bachaqueros (los que se aprovechan de las necesidades de los demás y su propio acceso a bienes de primera necesidad para revenderlos 10, 20, 50 veces más caro que su precio de expendio real). Eso ha incluido hasta el dinero en efectivo, que terminan “vendiendo”. Bajo la máscara de servir como “cajero” no formal, extraen comisiones de hasta el 100 por ciento del retiro de una persona, a través de su punto de venta, sacando lucro a la propia moneda circulante.

Ana, residente de la parroquia La Vega, al suroeste de la ciudad capital, cuenta que cuando comenzó la dificultad con el efectivo (escaso en el país a raíz de la constante desaparición del papel moneda, especialmente hacia Colombia, principal destino del contrabando de extracción venezolano), los negocios de su casa cobraban un 10% de cada monto que se retirara; luego pasó al 20%, y de ahí todo fue exponencial: de una vez saltaron al 50% y luego al 100%. Si necesitas 1 millón de bolívares, entonces, tendrás que pagar 2.

Esos, aunque comenzaron sufriendo las dificultades económicas como el resto, decidieron separarse del igual, del que también es pueblo, y convertirse en parte importante del problema, para así solventar su situación individual.

Bachaqueros, acaparadores y revendedores son capturados a diario por las autoridades venezolanas.

Pero hay otros que han tomado medidas muy distintas: sobrevivir desde el trabajo no formal, por ejemplo. Muchos venezolanos han optado por dejar sus trabajos de oficina (con remuneraciones mensuales fijas) para dedicarse a “matar tigres”, forma callejera de referirse a los trabajos a destiempo o desde casa cuya remuneración, si se suman varios, termina siendo superior a los de prácticamente cualquier trabajo formal.

Hay quienes mantienen su empleo “de 8 a 4 PM”, de oficina, y también tienen uno o varios desde casa, otros dejaron por completo el mercado laboral y se dedican a “rasguñar” dólares de internet a través de páginas de publicidad, juegos en línea y hasta con apuestas.

Esto por el lado económico, el que más está en boca de las y los venezolanos en los últimos tiempos, pero, ¿cómo se sobrevive al asedio que sufre desde la llegada de Hugo Chávez, hace ya casi dos décadas, a la Presidencia de la República? Porque los años de Nicolás Maduro llevando las riendas de la Revolución Bolivariana han sido, sin duda los más duros, pero los ataques no son nuevos.

Un estudio del Instituto de Humanidades Médicas (Cuba) parte del hecho de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios. La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios”.

Pero también dejan claro que la guerra –o sus escenarios- trasciende la confrontación misma, sea bélica o no, entre dos o más rivales. Es ahí, entonces, que entran en juego los pueblos, sometidos a agresiones de todo tipo: psicológicas, económicas, sociales. Entonces realmente el panorama se vuelve complejo.

Todo está claro cuando un enemigo te ataca con armas perfectamente visibles: balas, bombas, por ejemplo. Pero si el arma es jugar con tu pobreza, con las miserias de una sociedad y con la estabilidad emocional de un pueblo, nada es evidente.

Recientemente, en Vtactual.com publicamos un trabajo sobre la más recurrente enfermedad de las guerras: la ansiedad. Así, muchos han terminado añadiendo a sus compras la valeriana como método calmante o la inclusión de yoga en sus rutinas diarias.

Huellas psicológicas de la guerra en Venezuela

“Yo pensaba que era una cosa hippie eso de andar haciendo estiramientos y ejercicios de respiración, pero me ha resultado súper útil para combatir la ansiedad diaria”, cuenta la misma Ana.

Si bien la ansiedad se ha intentado apoderar de la subjetividad del pueblo venezolano, y de hecho se ha incorporado en cierta forma a la cotidianidad, también por otra parte los métodos de resistencia se han multiplicado.

“Defender la alegría como una trinchera. Defenderla del escándalo y la rutina, de la miseria y los miserables, de las ausencias transitorias y definitivas. Defender la alegría como un principio”, escribía el poeta Mario Benedetti en su Defensa de la alegría.

Esa ha parecido ser la máxima consigna de supervivencia venezolana, aunque el bombardeo de los medios y la propia realidad empujen a lo contrario: ante “las miserias y los miserables”, se ha defendido la alegría como una bandera de la lucha misma.

Desde los espacios cotidianos individuales, pasando por los comunes y de convivencia, hasta los laborales, políticos y familiares, se busca la alegría como excusa, como fin y como medio.

La solidaridad se ha intensificado, como respuesta paradójica a la proliferación de las miserias individuales: el que consigue harina, hace intercambio con el que encuentra alguna cosa que él no, y así sucesivamente. Hay quienes reciben las cajas CLAP y ceden parte de su compra a quienes no, y esas manifestaciones son precisamente las que mantienen en pie a una sociedad en crisis.

Por otra parte, los esfuerzos del gobierno venezolano se han enfocado en esa dirección: por un lado, la garantía a la mayor cantidad de personas posibles de acceder a bienes de consumo básicos para la alimentación, a través de los CLAP o la entrega de bonos especiales mediante el Carnet de la Patria para ayudar en los crecientes gastos.

Pero la otra dimensión, la del disfrute de la ciudad y de la cotidianidad, también se ha hecho presente: entre finales de abril y principios de mayo fue el Festival Internacional de Teatro de Caracas, pero además se realizan de manera continua eventos en lugares recuperados, culturales, musicales, literarios, buscando mantener en la vida cultural un halo de disfrute en medio de las dificultades.

Caracas, ciudad para el teatro

Incluso, se puede ver el contraste en las propias escenas de campaña electoral: por un lado, el de la derecha, caras largas, lamentos y amenazas; la voz de la crisis hundiendo los dedos en las llagas; por el otro, cada evento es una fiesta. No sin crítica, no sin comprensión de las difíciles circunstancias que atraviesa cada uno de los venezolanos, pero, eso sí, defendiendo siempre la alegría.

“Yo cada vez que puedo me escapo, trato de ir al parque, veo películas en casa. Si nos quedamos pensando todo el día en los precios, en la tensión de las calles, en que no encuentro esto, que no encuentro lo otro, vamos a terminar hundidos en la depresión”, dice Ana. Recordemos que la guerra, en este caso, no se ha manifestado en su dimensión bélica.

No es que no exista la amenaza, claro, la misma que también hace parte de la guerra ya en curso. Su actual dimensión, al menos para algunos, ya se ha hecho clara: deprime y vencerás, parece el leitmotiv del imperialismo contra Venezuela.

JI

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