Con 20 votos a favor, el día de ayer, el Consejo Permanente de la OEA decidió «discutir» la «situación de Venezuela», sin el consentimiento de su gobierno.
El viceministro venezolano, Samuel Moncada protestó la decisión por considerarla violatoria de los estatutos de la Carta Intermericana, que prohíbe a los Estados abordar asuntos que violen la soberanía de los países miembros.
«Nosotros protestamos enérgicamente la naturaleza de esta reunión porque entendemos que decidieron discutir la intervención en los asuntos internos de Venezuela, sin nuestro consentimiento».
Luego de un fogoso debate, de acusaciones cruzadas, mentiras prefabricadas contra Venezuela y dolorosas verdades de vuelta a los gobiernos del continente, la sensación es de resaca, de aquel despertar desértico tras el exceso de copas que transformó la cordialidad en violencia y tras el cual, quedas inconforme con todos.
En un extremo de la barra, los medios de comunicación. Asiduos a cualquier bar, aunque siempre caen mal. Mientras consumimos la primera copa, recordamos aquel 31 de mayo del año 2016, cuando la orquesta «International Fake News» se unió en un sólo número arrítmico: “Almagro aplica la Carta Democrática a Venezuela”. Pocas voces disonantes explicaban que cuando incluyen en el debate la propuesta del Secretario General no tenían otra significación que eso: una discusión entre los representantes de los Estados Miembro sobre la “inquietud” imperial que engrasa y moviliza las bisagras de Luis Almagro. La conclusión fue “tomar nota” y engavetar.
La credibilidad de los medios vuelve a quedar en entredicho un año después, cuando el Secretario General actualiza su informe sobre Venezuela y lo reingresa a la discusión con más agresividad y rencor contra el Gobierno venezolano. Si se hubiera “aplicado la Carta Democrática”, como aseguraban los medios ¿qué necesidad habría de volverla a solicitar? O ¿cómo Venezuela no perdió su puesto en el Consejo Permanente de la OEA?. “Deseos no empreñan”, reza un refrán venezolano.
En la otra esquina de la barra, Almagro. Para sostener la metáfora de las copas, imaginemos que carga varias de adelanto, al borde de los tumbos camino al baño. Tiene por vicio mezclar desvaríos con trinos en redes sociales.
Según la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, desde que Almagro fue electo Secretario General de la OEA, en mayo de 2015, su perfil en twitter ha dedicado el 20,60% de sus tuits (1 de cada 5) a la campaña contra Venezuela. Tras la presentación del informe 2017, el Secretario General ha dedicado 73% de sus tuits a los ataques de toda naturaleza contra el Gobierno venezolano.
Esta expresión -que pudiera resultar más propia de un adolescente que de un funcionario diplomático internacional- cobra relevancia cuando se somete a consideración la agenda internacional que ha marcado la pauta de la gestión de Almagro.
El Secretario General se ha reunido con representantes de la oposición venezolana al menos 26 veces el último año. No han recibido la misma atención los venezolanos de la Asociación de Víctimas de la Guarimba y el Golpe Continuado que agrupa a los que perdieron a familiares o resultaron heridos o agredidos en la iniciativa insurreccional de Leopoldo López conocida como “La Salida”.
Comparativamente esto reduce a la invisibilización casos claves de la agenda hemisférica como la ocupación británica de las Islas Malvinas, la ocupación estadounidense ilegal de Guantánamo -y el centro de detención interno de esa base militar emblemático por casos de tortura, detención ilegal y violación de derechos humanos- los femicidios en Argentina, el asesinato de periodistas en México, la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, el asesinato de más de un centenar de líderes sociales en Colombia, el incendio que cegó la vida de cuatro decenas de niñas en Guatemala, el asesinato de Berta Cáceres a manos de sicarios entrenados en Estados Unidos, el homicidio de 300 líderes sociales en Honduras los últimos dos años, la catástrofe social producto de las inclementes lluvias en Perú, la militarización del centro y sur del continente por parte de los Estados Unidos, la carencia de garantías de reinserción de los 6 ex prisioneros de Guantánamo que fueron acogidos en Uruguay y el acuerdo de Paz de Colombia, quizá el hecho histórico-político más importante de la década para la región y en el cual la OEA ha tenido una participación marginal por no decir inexistente.
El Secretario General, como parte de una campaña agresiva contra la Nación Bolivariana ha visitado 11 Estados: Chile, República Dominicana, Brasil, Paraguay, Colombia, España, Bélgica, Italia, El Vaticano, Canadá y China, además de las ciudades estadounidenses de Miami y Nueva York.
El compromiso político y público del Secretario General con la oposición venezolana a rozado la desverguenza, un vicio que en diplomacia puede resultar costoso.
El 10 de febrero, cuatro días antes de la presentación de su informe, fue visitado en la sede de la Organización de Estados Americanos por los principales dirigentes de la organización de extrema derecha venezolana Voluntad Popular. Diez díaz después, utilizó las instalaciones de la OEA para realizar una rueda de prensa con Lilian Tintori, operadora política de Voluntad Popular y esposa del cabecilla de la organización de ultraderecha, Leopoldo López.
El informe de Almagro no fue el centro de la discusión del 28 de marzo.
Junto a Almagro, en la barra, y dándole duro a la tequila, las delegaciones de México y Estados Unidos. Sus representantes se hicieron con el micrófono del Karaoke para desgarrar a alaridos el clásico británico Sympathy for the devil. La invocación de los representantes al artículo 9 de la Carta -que contempla la suspensión de la participación de un país «cuyo gobierno democráticamente constituido sea derrocado por la fuerza»- hacía deambular de la risa a la lástima porque en Venezuela el gobierno democráticamente electo no ha sido derrocado.
Por último, al centro de la barra, tratando de llevar la fiesta en paz a pesar de los empujones y el manoseo: Venezuela. La dama hermosa a las que algunos aman y otros quieren violarla. Con su mezcla de dignidad y vulnerabilidad, con su carácter indómito pero demasiado afecta a la cortesía. Esa que todos queremos sacar del bar: unos por amor, otros por odio.
El presidente del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, Maikel Moreno, solicitó este lunes al Poder Ejecutivo venezolano que se inicien gestiones para la remoción de Luis Almagro de su puesto como secretario general.
El máximo organismo judicial, mediante un documento público, acusó a Almagro de «perpetrar agresiones contra el pueblo» y la Constitución de Venezuela.
Cada cierto tiempo, Venezuela somete al debate público su permanencia en la OEA. La noche del 28 de marzo, en una alocución televisada, el Presidente Nicolás Maduro aseguró:
«Yo abro el debate, en primer lugar con nuestro pueblo, con la gente honesta, patriota que quiera paz. Abro el debate nacional e internacional sobre la violación de la carta fundacional de la OEA y la agresión de un grupo concertado de gobiernos de derecha contra Venezuela y la pertinencia de la Organización de Estados Americanos, su vigencia y utilidad».
La mayoría de los venezolanos conoce el historial de intervención de la OEA en el Continente, cómo desde su creación ha sido poco menos que un Ministerio de las colonias de Estados Unidos para administrar la violencia imperial en América. Saben que es un antro. Con Venezuela se trata de ensayar un nuevo método de intervención, haciendo uso del instrumento diplomático presuntamente legítimo de la Organización.
Venezuela debe abandonar la política de la advertencia y sustituirla por la acción en paso firme: ocupando su posición de miembro en el Consejo Permanente está – de alguna manera- avalando al tribunal inquisitorial que se levanta –a capricho- para juzgarla, herirla y amenazarla con quemarla en la hoguera.
LC