Aún no era mediodía y ya se regresaban los participantes de la marcha convocada para Chacaito, Caracas. Algo en sus caras decía que la cosa no había salido como querían. Muy cerca del lugar, en el Bulevar de Sabana Grande, una muchacha joven partió el soporte plástico con el que llevaba su bandera de «Primero Justicia». Detrás de ella, una señora trataba de disimular un cartel que decía «no más dictadura».
¿Acaso alguien en el mundo puede seguir diciendo que hay una dictadura en Venezuela? En una reunión que duró hasta la madrugada, los poderes del Estado analizaron la viabilidad o no, de sentencias que había emitido el Poder Judicial para solventar la omisión legislativa del Parlamento y decidieron revisar esa decisión, en paz, por consenso, por medio del diálogo. Se derrumbaron todos los argumentos para salir de nuevo a incendiar las calles de Caracas.
La directiva de la Asamblea Nacional (ilegal por su situación de desacato) hizo presencia en el lugar. Frente a una reducida concurrencia, Julio Borges advirtió que «las convocatorias que vendrán deben seguir sumando más gente, la historia nos está mirando, el mundo nos está mirando”.
A pesar de que una divergencia de opiniones entre miembros de los poderes públicos, generó la revisión de las sentencias del máximo tribunal de la República, Borges señaló que «se demuestra que en Venezuela no hay separación de poderes y no hay justicia», dijo, y volvió a abogar por el aumento de la capacidad de convocatoria.
Borges terminó su discurso, y sin argumentos para la violencia, regresaron decepcionados a su oposicionismo eterno.
JS