Cada día son más las personas que en Europa y otras partes del planeta se suman al placer de “vivir más con menos”, tal y como lo impulsaba el minimalismo.
Lo que en 1959 empezó como una corriente artística –liderada por Frank Stella- que rechazaba el ilusionismo para despojarse de todas las excentricidades y complejidades de la forma, ahora se asume como un estilo de vida, venciendo las demandas sociales consumistas.
El espíritu de las obras de los escultores minimalistas –que trabajaban con formas geométricas simples y con materiales industriales- se ha mudado no solo a los ambientes hogareños y de trabajo sino a la comida, los viajes y hasta las relaciones sociales.

Una de las características de quienes están adoptando esta forma de vida es darle valor a las experiencias por encima de las posesiones.
Elegir no acumular tantas cosas y mantener solo lo esencial, es el primer paso, pues las posesiones consumen más tiempo de lo que creemos.
Una prueba que recomiendan quienes impulsan este tipo de vida es sustituir los objetos que nos evocan recuerdos por mejorar la relación con las personas que representan dichas posesiones.
Hay que destacar que un minimalista no es una persona que no consume, sino que consume menos, lo que, además, le permite que aquello que se lleva a casa sea de mejor calidad.
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