Basta ver el tratamiento que hace la hegemonía comunicacional sobre Bielorrusia y su actual mandatario, Alexander Lukashenko, para apreciar el mismo guión largamente aplicado contra gobiernos populares en el mundo.
Se le cuestiona su permanencia en el poder. Ciertamente Lukashenko gobierna la nación de la Europa Oriental desde 1994; van cinco períodos en que se ha mantenido al frente del Ejecutivo tras haber ganado elecciones en buena lid. Sus detractores internos y externos hacen acusaciones de las que no cotejan pruebas.

Para los rotativos, las agencias de noticias o las transnacionales de la información, Lukashenko se ha convertido en “el último dictador de Europa”. Mientras tanto, al unísono, invisibilizan su arraigo popular y ensalzan a los opositores.
En estos meses han impulsado la candidatura de una profesora de inglés, de 37 años, que “le ha hecho frente”; la desvinculan con cualquier aparataje partidista al señalar la leyenda urbana de que “a pesar de su inexperiencia política logró movilizar multitudes durante la campaña” o que “aguantó (como candidata) aunque tenía ‘miedo todos los días’”.
Se trata de Svetlana Tijanóvskaya, cuyo liderazgo, como mujer y como nóvel figura política, no tendría nada de cuestionable; pero las grandes similtudes de los elementos gráficos de su campaña con los de los llamados “manos blancas”, habla de que sí hay una maquinaria (y recursos financieros) detrás y, por supuesto, desmonta todas las características de un “fenómeno político espontáneo” que han querido adjudicarle.

A Svetlana también se le identifica como parte de una “oposición bielorrusa unificada”, que insta a “elecciones libres y justas”. Una mujer hasta ayer desconocida que asegura que, de ganar, “liberará a los presos políticos” y “convocará nuevas elecciones presidenciales”. ¿Acaso no suena a idea previa y hartamente difundida?
Lukashenko vs “OTPOR”
Hay que recordar a esos grupos opositores de ultraderecha, opuestos a los gobiernos de los pueblos; les encomendaron la tarea de derrocar procesos en la Europa del Este para imponer regímenes a la medida de Washington y sus intereses, alejados de la “influencia comunista” en la era postsoviética. Fue lo que ocurrió en 2000 en Serbia, con Slobodan Milosevic y en adelante.
Esgrimían banderas sobre las que un puño cerrado, pintado de blanco, instaba a luchar “por la democracia”. La campaña de Tijanóvskaya no careció del emblema, aunque sutilmente puesto al lado de un corazón y de una “v” de la victoria.

Asimismo, la complementan diversas frases y matrices propias de los que impulsan los golpes de Estado contra gobiernos populares y constitucionalmente establecidos.
En el caso de la Bielorrusia de Lukashenko, basta ver un cable de cualquier agencia. “En el poder desde hace más de 25 años, arremetió con dureza contra los opositores”, dice una; denuncia “persecución de la oposición”, o la “detención de los colaboradores” de la principal rival. Para ello, se basa en las declaraciones provenientes exclusivamente del bando supuestamente agredido.

Otra empresa de la información resalta que “26 años son muchos” para “el largo gobierno de Lukashenko”; adereza con “la ausencia de observadores occidentales” para las elecciones de este domingo; que si “la oposición denuncia bloqueo de Internet”; que si se “impide un recuento paralelo o la movilización de los opositores en las redes sociales”. Todo tan similar al caso Venezuela que nada sorprende.
El ascenso de Tijanóvskaya
Reseña EFE que Tijanóvskaya es esposa del youtuber Serguéi Tijanovski. Éste había declarado su propósito de presentar su candidatura presidencial pero se encuentra detenido desde mayo pasado –algo de lo que la agencia obvio ahondar- por cuanto se involucró en acciones subversivas durante manifestaciones prorrusas, que llevaron a la justicia a encarcelarlo de forma preventiva.
Junto a otros dos opositores, quedó marginado de las elecciones: el banquero Víctor Babariko, detenido por evasión tributaria, y Valeri Tsepkalo, que huyó del país por supuesta persecución.
Así las cosas Tijanóvskaya tomó la batuta y se unió a la representante de Babariko, María Kolésnikova, y a la esposa de Tsepkalo, Veronika Tsepkalo, para movilizar a la oposición bielorrusa mediante mítines multitudinarios “que no se veían en el país desde hace muchos años”.
En la línea de los ataques contra Lukashenko y en el ánimo de presentarlo como el clásico “dictador, perseguidor de la disidencia y subestimador de la oposición”, EFE reseña que el mandatario las ha calificado de “pobres chicas” que “no saben lo que dicen ni lo que hacen», a pesar de “haber liderado las manifestaciones opositoras de las últimas semanas”.
Tambièn señala que el candidato a la reelección advirtió a la oposición de que las infracciones de la ley durante las elecciones serán sancionadas “con la mayor dureza”.
Logros que precisan esconder
Lo cierto es que la hegemonía comunicacional y la clase política europea no perdonan a Lukashenko; aún cuando ha sido defensor del legado soviético en el país y ha defendido una economía socialista de mercado, se ha mantenido por tanto tiempo en el poder.
Por ello le señalan como un hombre que “ejerce un mandato autoritario, que viola los derechos humanos y persigue a los opositores”.
De hecho, los gobiernos de los países europeos no le reconocen sus resultados electorales por lo cual han incentivado la imposición de sanciones, lo que le ha llevado a trazar alianzas con China, países del Medio Oriente como Irán e incluso con naciones del Alba-TCP como Venezuela, razones por las que recrudecen las coerciones.
No obstante, al llegar al poder, en 1994, Lukashenko se encontró con grandes dificultades para acometer la recuperación económica de Bielorrusia.
Se pueden contar, por ejemplo, la dura transición del antiguo modelo soviético al capitalista, la severa crisis en el sector industrial, la merma de exportaciones por la falta de demanda y el déficit de la producción agraria por cuanto 20% de los campos continuaban contaminados tras el accidente de Chernóbil (1986).
Logros indiscutibles
A pesar de ello, Lukashenko puso en marcha un plan económico que renacionalizó entidades bancarias, dobló el salario mínimo y reintrodujo el control de precios.
Veinte años después de su llegada al poder, el líder se jactaba de una poderosa economía estatal que empleaba a 51,2% de los bielorrusos, y que coexistía con empresas privadas con un gran porcentaje de capital bielorruso que empleaban a otro 47,4%.
Asimismo, la tasa de desempleo apenas llegaba a 1% de la fuerza laboral total y el sueldo mínimo mensual escalaba los 400 euros.
Bielorrusia logró diversificar su sector industrial, con énfasis en la fabricación de maquinaria pesada (especialmente tractores y vehículos agrícolas) y la refinación petrolera, y mantiene un nutrido flujo comercial con Rusia, su principal socio internacional. Buena parte de ello le permitió, en la década de 2000, incrementar su PIB en 5% interanual, aunque experimentó un pico de 10% en 2004. En cuanto al PIB per cápita, pudo pasar de los mil 400 dólares (1993) a los 5 mil 700 dólares (2013).
Triunfo contundente
Las encuestas ya decían que Lukashenko ganaría con holgura los comicios de este domingo 09 de agosto y los cómputos les han dado la razón. Con 79,7% de votos a su favor, lo que habla del gran arraigo popular que mantiene a pesar de la campaña mediática en su contra, podrá permanecer en el cargo hasta 2025.

La candidata inflamada por la furia comunicacional, Svetlana Tijanóvskaya, apenas capitalizó 6,8% de los sufragios y desmontó las tesis de los sesudos analistas.
En el momento en que depositaba su voto, Lukashenko señalaba a la prensa: “Yo no considero a esa persona como mi principal oponente. Son ustedes (los medios de comunicación) quienes la han convertido en mi mayor rival. Ella misma ha reconocido que no sabe dónde está ni qué hacer”.
FF/VTactual.com
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