«En el cráneo del africano aquí, el área asociada con la sumisión es más grande que cualquier ser humano u otra especie subhumana en el planeta Tierra. Si examina esta pieza de cráneo aquí, notará tres hoyuelos distintos. Aquí, aquí y aquí. Ahora, si tuviera una calavera de… de Isaac Newton o Galileo, estos tres hoyuelos estarían en el área del cráneo más asociada a la creatividad. Pero este es el cráneo del viejo Ben, y en el cráneo del viejo Ben sin carga por el genio, estos tres hoyuelos existen en el área del cráneo más asociada con el servilismo».
Para una sociedad occidentalizada y con medios de difusión masivos normalmente volcados a la desinformación o invisibilización de las consecuencias de las guerras desatadas por Estados Unidos y sus aliados, la anterior cita de la película Django Desencadenado pareciera no tener ninguna correspondencia con la acción del racismo en pleno Siglo XXI.
No es así. La devastación de países como Libia, cuyo líder, Muamar el Gadafi, fue asesinado en 2011 como resultado de la acción de grupos paramilitares auspiciados por Estados Unidos y la OTAN, autodenominados «rebeldes», ha dejado a la nación árabe a la deriva y la ha convertido en la capital del nuevo esclavismo.
Libia es uno de los más importantes territorios de tránsito de migrantes de naciones con conflictos armados internos, como Somalia, Costa de Marfil, Senegal, Mali, Egipto, Nigeria o Sudán, que esperan dar el salto al continente europeo huyendo de la violencia y el hambre.
Pero no muchos logran pasar a tierras europeas: a las naciones que paradójicamente apoyan las incursiones armadas de EEUU, a través de la OTAN, en esos países, y que obligan a la salida de sus habitantes, que terminan como refugiados o, como en este caso, vendidos como esclavos.
La Organización de Naciones Unidas «condenó» estas acciones, a través de Filippo Grandi, Alto Comisionado para los refugiados: «Los graves abusos perpetrados contra migrantes y refugiados en las rutas del Mediterráneo central ya no pueden ser ignorados«.
Sin embargo, no se vislumbran mayores esfuerzos al respecto, y mucho menos se ve un despliegue como el suscitado para acabar con los líderes incómodos que hay en Oriente Medio y África, o como aquellos con cuyas vidas acabaron grandes grupos militares: caso Gadafi, Sadam o el mismo Bin Laden. ¿Es entonces un problema para occidente el esclavismo del Siglo XXI, o solamente se nombra porque es imposible de ocultar, para quedar «bien»?
JI