¿Ha cambiado mucho el fútbol desde sus inicios, hace más de 100 años? ¿Se convirtió la actividad en mero negocio, como dicen algunos de la vieja escuela? Casi sin quererlo, la serie The English Game (El juego inglés), producida por Netflix, responde esa pregunta en apenas 6 capítulos.
Y la respuesta es muy directa: el fútbol siempre fue un negocio. Incluso, cuando no era “profesional”, las reglas, las decisiones y la mismísima FA Cup (la competición más antigua de la historia, que todavía se disputa en Inglaterra hasta la fecha) estaban en las manos de una federación controlada por empresarios, dueños de fábricas (o sus hijos).
No había dinero de por medio, o al menos no de manera directa. Pero el poder sobre el deporte estaba mediado por la riqueza de sus participantes, hasta cierto punto pura aristocracia.
Estos hijos de la nobleza inglesa resistían ante la creciente ola de obreros que jugaban al fútbol aupados por los propios dueños de sus respectivas fábricas. Veían con recelo el aumento de talento entre la clase trabajadora que iba poco a poco “arrebatándoles” o pisando con fuerza en “su” juego.
Al poco tiempo llegó la profesionalización del deporte de los ricos. Dueños de fábricas empezaron a pagar a jugadores, con la excusa de formar parte de la planta de trabajadores, y con ello quedó fundado lo que hoy conocemos como “mercado del fútbol”.
En ese mismo mercado, los dueños de fábricas más grandes, con mayor poder monetario y mejores conexiones comerciales, comenzaron a hacer valer esos poderes para atraer a jugadores talentosos de otras fábricas. Así, comenzaron los traspasos, las compensaciones económicas a cambio de jugadores, y así el mercado se convirtió completamente en lo que hoy mantiene en vilo a millones de personas cada verano.
Ruptura en el mercado futbolístico
Ese mismo mercado fundado hace más de 100 años en Inglaterra se “rompió” hace unos 3 años. El Paris Saint-Germain del fútbol francés pagó más de 220 millones de euros por la incorporación del brasileño Neymar. Hasta ese momento, el delantero formaba parte del FC Barcelona y el cambio de equipo se dio por una cifra récord que elevó de repente el valor de la gran mayoría de jugadores en el mercado.
Pero, ¿esto no había pasado antes? ¿De verdad se rompió la dinámica y entró en juego cierto monopolio, una competencia desigual? Sí. Y no. Porque ya ha pasado anteriormente. Que algún equipo poderoso sobrepagara por un jugador no era precisamente una novedad. Lo más resaltante de esa ocasión, quizá, fue la diferencia entre el pago y el resto de transferencias, ya que la de Neymar hacía más que duplicar a las demás.
Pero ya es práctica relativamente común y pareciera tener sus ciclos. Por eso, a pesar del crecimiento de los presupuestos de los equipos, todavía los fichajes de Zidane y Figo al Madrid tienen un puesto entre las 40 transferencias más caras de la historia.

Inconsistencias históricas
No todo ocurrió como nos cuenta el seriado de Netflix. Claro, como con cualquier historia ficticia que toma elementos de la realidad, 6 capítulos no dan para contar todo tal cual fue. También, las adaptaciones suelen maquillar cosas en función de intereses de todo tipo: creativos, políticos, económicos o narrativos.
En el caso de The English Game, los cambios no afectan demasiado la historia detrás del relato: en realidad, el protagonista no trabajaba en una fábrica pero sí fue contratado veladamente para jugar fútbol; su compañero no llegó junto a él a Darwen para jugar; y, aunque el primer equipo obrero en la historia que ganó la FA Cup era de Blackburn, como cuenta la serie; en la realidad es que había dos Blackburn en esa época: uno, el Rovers; el otro, el Olympic.
Fergus Suter, protagonista de la serie, jugó en el Rovers. El primer equipo obrero que ganó la copa fue el Olympic, por lo que Suter no formó parte de esa hazaña, aunque sí ganó con el Blackburn al año siguiente, en 1984.

¿Un culebrón o una serie “zurda”?
Ni lo uno ni lo otro. Sí, la serie está plagada de elementos propios de las telenovelas, como la infertilidad de la esposa de uno de los protagonistas, triángulos amorosos, conflictos familiares y la búsqueda de aprobación del padre.
Pero no es ese el centro. Parecen esos asuntos un adorno que busca recrear los distintos entornos a los que se enfrentaban las dos clases que coincidían vagamente a través del amor al deporte.
Tampoco fue lo que parte de la izquierda más “inocente” o ávida por contenidos que reflejen sus intereses esperaban. No se trata de una historia inmersa en la lucha de clases, en las luchas obreras de los trabajadores de las fábricas inglesas del siglo XIX.
Si acaso, toca parte de los padecimientos de los trabajadores, sus condiciones precarias y alguna que otra escaramuza en la que reclamaban los derechos que la industria, muy conscientemente, les negaba. Pero poco más.
Solo a través del protagonista, el futbolista con un talento y amor por el balompié que le vinieron de regalo al nacer, se nos presenta al deporte de los pobres. El que lucha por hacerse un hueco entre los mejores, que “traiciona” a su equipo por un sueldo mejor solo para poder sacar a su familia, a su madre, de la miseria y del maltrato de su propio padre.
Ese es el que está realmente detrás del negocio del fútbol. Un explotado más. Conocemos a los ricos que genera el fútbol, a los Cristianos, Messis, Zidanes y demás. Pero no a los miles de africanos, suramericanos, europeos del Este o de cualquier parte del mundo que siguen jugando por amor al balón mientras trabajan más horas de las que pueden contar para dar de comer a sus familias.
JuanIbarra/VTactual.com
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