“La Iglesia Católica cumple su misión de anuncio de la verdad del Evangelio para la salvación de los hombres, sirviendo a la causa de la paz y de la justicia en favor de todos los pueblos”. Así lo anuncia un breve texto descriptivo en la página oficial del Estado de la Ciudad del Vaticano.
La fundación del más pequeño de los Estados independientes en el mundo (unas 44 hectáreas y una población de alrededor de 800 personas), no obstante, se dio bajo la tutela del fascismo italiano, con Benito Mussolini al frente. Este, como primer ministro del entonces Reino de Italia, firmó en 1929 con un representante de Pío XI, el Papa en ese momento, definiendo los límites del enclave, inmerso desde entonces en la ciudad de Roma.
Ya en 1923, el dictador italiano había salvado de la quiebra al Banco de Roma, donde la Santa Sede tenía sus fondos, aunque a la nación italiana esto le produjera muchas carencias. El cardenal Vincenzo Vannutelli se refirió entonces con términos muy elogiosos a Mussolini.
Incluso llegó a afirmar que había sido “escogido [por Dios, claro está] para salvar la nación y restaurar su fortuna [la de la Iglesia, en todo caso]”. Así lo refiere el investigador Avro Manhattan en el libro El Vaticano en la política mundial. Italia, el Vaticano y fascismo.
Durante el régimen nazi de la Alemania de Hitler, la jerarquía eclesiástica decidió callar los abusos contra poblaciones enteras, pretendiendo resguardar su supervivencia como institución por encima de todo. Así, dejaron solos a curas, sacerdotes y religiosos en general que, ante ayudas brindadas a perseguidos, se convirtieron también en objetivos.
Para el año 1969, el Vaticano y el entonces presidente estadounidense Richard Nixon iniciaron una cruzada conjunta contra el comunismo en el mundo. En América Latina, el silencio de la institución eclesiástica ante la instauración de dictaduras militares fue el signo preponderante. Particularmente en el caso chileno, con el derrocamiento de Salvador Allende y el ascenso al poder de Augusto Pinochet.
En un cable enviado por el entonces sustituto de la Secretaría del Vaticano, Giovanni Benelli, a Estados Unidos, publicado por Wikileaks recientemente y con fecha del 18 de octubre de 1973, tanto Benelli como el sumo Pontífice, Pablo VI, estarían muy preocupados por “la exitosa campaña internacional izquierdista para falsear completamente las realidades de la situación chilena».
El Papa Juan Pablo II, y su segundo y posterior sucesor, Benedicto XVI, montaron una política de diplomacia con especial interés en Centroamérica, por los años 80. El objetivo, centrado además en la Nicaragua sandinista, era desmontar lo que quedara de comunismo en el poder en el mundo.
Durante una visita en 1983 al país centroamericano, Juan Pablo II intentó minar los ánimos contra el sandinismo, por debajo de la mesa. Así lo relataría Ernesto Cardenal, también sacerdote y para entonces ministro de cultura nicaragüense, para quien las lecturas elegidas por el Sumo Pontífice no fueron casuales: “Se veía que habían sido escogidas ex profesamente contra los sandinistas. Del Antiguo Testamento fue leído lo de la Torre de Babel: los hombres que se quisieron igualar a Dios. Del Nuevo, lo del Buen Pastor: solamente Cristo lo es; los otros son ladrones y salteadores”.

En Venezuela, tras la llegada de Hugo Chávez a la Presidencia de la República, la representación eclesiástica en el país ha mantenido una tensa relación con el Gobierno. Continuamente, voceros de la institución eclesiástica se han manifestado en contra de algunas políticas implementadas.
Poco antes del Golpe de Estado de abril, en el año 2002, Baltazar Porras, quien fuera obispo de Mérida, reconocía públicamente que tenía diferencias de carácter ideológico con el presidente Hugo Chávez.
Esto fue en marzo de aquel año, y su presencia en la juramentación de Pedro Carmona Estanga no sería entonces casual, ni la del alto mando religioso de Venezuela: confirmaba, simplemente, las implicaciones de dicha institución en el derrocamiento y secuestro de Chávez.
Porras acudió a Fuerte Tiuna, mientras el mandatario estaba secuestrado, y en una conversación que mantuvieron por espacio cercano a las dos horas, intentó -sin éxito- convencerlo de firmar su renuncia a la Presidencia de la República.
Aún a sabiendas de la negativa de Chávez, Porras estuvo en Miraflores aquella noche en que Carmona se autoproclamó, justificándose en una renuncia que no sucedió. En ese momento también abolió todos los poderes del país, y la misma Constitución de la República, que ya había rechazado públicamente el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana.
La llegada del Papa Francisco, primer latinoamericano en ocupar dicho cargo, supuso un acercamiento entre la iglesia y los líderes del progresismo en el continente. En particular con el presidente venezolano, Nicolás Maduro. El discurso de Francisco, en clara contraposición con el de sus predecesores, está más enfocado hacia la igualdad y la defensa de los más necesitados, además de no cargar contra los gobiernos de la región.
Sin embargo, en octubre del presente año, el máximo representante del Estado Vaticano nombró a Baltazar Porras como cardenal, rango más alto después del Papa, que además cuenta con la potestad de ejercer el voto para la elección del máximo representante de la Iglesia.
“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios”, dice en Marcos 10:25 la biblia. Pero, durante el “Carmonazo”, junto a Porras estaban las más pudientes familias, los más adinerados empresarios y terratenientes del país. No estaban los pobres. Estos últimos, a las afueras del Palacio de Gobierno, reclamaban la restauración del mandato de Hugo Chávez.
JI