Serán por el agua, eso ya se ha dicho. Pero las guerras que vendrán no solo se basarán en el acceso al preciado líquido, sino que están más cerca de lo que podría pensarse: el cambio climático ya está haciendo mella en el mundo y sus consecuencias pueden acelerar los próximos conflictos por los recursos naturales.
En el más reciente de sus informes sobre el desarrollo de los recursos hídricos, la Organización de Naciones Unidas (ONU) señala que cerca de la mitad de la población mundial vive en zonas con riesgo de sufrir escasez de agua por tiempo de un mes al año, aproximadamente.
Esas 3 mil 600 millones de personas a las que hace referencia la ONU podrían llegar a ser entre 4 mil 800 y 5 mil 700 millones para el año 2050, según estimaciones del ente multilateral.
Si a esto se le suma la cruzada privatizadora que encabeza el Banco Mundial, junto con Monsanto y Bechtel, el panorama parece ennegrecerse aún más: recursos cada vez más escasos en manos de cada vez menos.
Ya la falta del recurso está causando desplazamientos en regiones como Oriente Medio y Asia Central, y para la FAO (agencia de la ONU para la Alimentación y la Agricultura) este problema podría incrementarse los próximos años también en la India.
La propia ONU emitió una resolución según la cual el acceso al agua potable y segura, además del saneamiento necesario, constituyen parte fundamental del sistema de derechos humanos, pues de ella depende el disfrute del resto.
Sin embargo, hay cerca de dos docenas de empresas de procesamiento y embotellamiento de agua potable que han ido aumentando su control sobre este recurso. Entre ellas se encuentran, además de la propia Monsanto y Bechtel, Asea, Nestlé, Coca-Cola, Pepsi o Evian.
Una vez privatizada en su totalidad, el agua no solo sería el catalizador de las confrontaciones armadas, sino que sería utilizada como arma también, incluso como amenaza: contaminar las aguas de un país enemigo resultaría en la destrucción de éste desde adentro.
JI