Las protestas convocadas por la oposición venezolana han abarcado casi ininterrumpidamente el presente mes de abril, y su intensidad (en consecuencia la violencia) ha ido en franco incremento.
Lo que comenzó con destrozos a instituciones públicas, centros de salud, locales comerciales y hasta unidades de transporte, ha ido degenerando en una escalada que ya cuenta entre las víctimas fatales a más de una veintena, según datos de la Fiscal General, Luisa Ortega.
Por redes sociales y grupos de servicios de mensajería como Whatsapp circulan con fervor todo tipo de amenazas contra figuras públicas, comunicadores, militantes o simples simpatizantes del chavismo, sin contar con los trabajadores del sector público, independientemente de que coincidan o no con la gestión revolucionaria.
Después de que en el sector caraqueño de El Valle grupos de choque atacaran el materno infantil Hugo Chávez, obligando a la evacuación de más de 50 bebés y sus madres, este fin de semana en grupos de Whatsapp vecinos de un sector del suroeste de la ciudad planificaba “impedir” una jornada de distribución de alimentos que se desarrollaría en una escuela.
La unidad educativa en cuestión funciona como centro de acopio y envío de la comida que el Estado venezolano pone a disposición de los niños y niñas de las escuelas públicas, a través del Programa de Alimentación Escolar (PAE), por lo que de haber efectuado el plan, hubieran afectado la alimentación de miles de escolares de la capital venezolana.
Igualmente, en diversas instancias circulaban cadenas con llamados a no permitir que la gente saliera ni siquiera de sus edificios (esto en varias zonas), y así afectar la productividad del aparato de Estado. “La estrategia es que no sea productivo (el día) para el gobierno”, decía uno de los mensajes. “Que los registros no atiendan (…) que el INTT (Instituto Nacional de Transporte Terrestre, ente que tramita permisos de conducir) no funcione”, continuaba.
Entre los principales argumentos de la dirigencia (y de quienes les siguen) de la derecha venezolana e internacional contra el gobierno bolivariano, se encuentra la falta de productividad, la escasez de alimentos, la ineficiencia y la corrupción.
Pero su respuesta de protesta ante estas razones para sacar de Miraflores al presidente Nicolás Maduro resultan al menos contradictorias: dicen luchar por el futuro y atacan una maternidad; están “muriendo de hambre”, pero saquean expendios de licores; le temen a la delincuencia, pero ejecutan acciones armadas contra manifestantes del chavismo; y, mientras enarbolan la bandera de la productividad, quieren detener el funcionamiento del país.
Cueste lo que cueste
Un mensaje publicado a través de la red social Twitter demuestra que la siembra del odio ha rendido sus frutos: poniendo como ejemplo a Libia, Yemen, Rumania y otros, un usuario sugiere que la violencia debe mantenerse en las calles venezolanas hasta que caiga el chavismo.
Hace alusión al tiempo de protestas continuas que en cada caso fueron necesarias para el ansiado derrocamiento “de dictadores”. Y aunque es una cuenta poco seguida y sin capacidad de influenciar opiniones a gran escala, es una pequeña muestra de los deseos que unos pocos tienen para el futuro del país, todo por ver caer al chavismo (y a los chavistas).
Pero hay cuentas que no parecen sacar, por evadir leer las letras pequeñas del contrato que un conflicto armado trae (inevitablemente) consigo, pues aunque se hable de “protestas” que sacaron del poder al mandatario, en casi todos los casos en realidad hubo intervención armada.
En la citada publicación, decíamos, se pone como ejemplo la caída de Muamar Gadafi en Libia, ocurrida ya hace 6 años. Si bien todo comenzó con una ola de protestas contra Gadafi (que terminaron siendo una puesta en escena para la invasión), estas derivaron en una intervención militar encabezada por Estados Unidos, y por ende la OTAN (Organización del Tratado Atlántico Norte), que solo en los primeros 17 días se cobró la vida de más de 2.000 personas.
En 2011 hubo alrededor de 30.000 víctimas fatales en Libia, un país de poco más de 6 millones de habitantes para entonces. Aunque la guerra “finalizó” con el asesinato de Gadafi, efectuado en octubre de ese año, hasta el momento ha habido más de 5 mil muertes por enfrentamientos entre milicias confrontadas desde entonces, y los intentos por derrotar al Estado Islámico (Daesh), que ha tomado control de parte del territorio.
La economía libia cae a pasos enormes, tres grupos se disputan el control político y sus habitantes, en medio del conflicto, viven con miedo. ¿Era esta la nueva era que Washington prometía a la nación africana?
El caso de Rumania, con Ceausescu al frente, tiene sus complejidades. En enero del año 1989, el líder comunista de la nación europea anunció durante un discurso que el país saldaba su última deuda externa y que, a partir de ese momento, no admitiría más préstamos de la banca internacional, declarando así la soberanía financiera rumana.
A partir de ese momento, arreció una escalada conspirativa con auspicio principal desde Washington, Tel-Aviv y Moscú (con una profunda infiltración interna) que derivó finalmente en el derrocamiento de Ceausescu, que fue fusilado junto a su esposa, Elena, hecho contrario al derecho internacional.
En Egipto, por su parte, la salida de Hosni Mubarak del poder no fue negociada precisamente de manera diplomática: Entre las protestas que duraron más de dos semanas, algunos extremistas recurrieron a la inmolación en sitios públicos.
Tras la dimisión en Yemen de Ali Abdalah Saleh, comenzó un conflicto armado que ahora cuenta con hasta cuatro fuerzas involucradas. Entre ellas, además de grupos de milicianos chiítas aliados con el exmandatario y una coalición comandada por fuerzas de Arabia Saudí, se encuentran Al-Qaeda y Daesh.
De la situación se desprende una crisis alimentaria que afecta a más de 7 millones de yemeníes, según cifras de la Organización de Naciones Unidas, producto del bloqueo de los principales puertos del país.
Este panorama no resulta alentador, si se piensa que venezolanos siquiera consideran dichos escenarios como referentes de la Venezuela que quieren para un futuro. Comparar al país con estos casos resulta no solo grave, sino irresponsable, a menos que quienes desean que algo así suceda estén dispuestos a pagar el alto precio de miseria y sangre que esto traería. ¿Lo estarán o van a observar desde el exterior cómo se “libera” a Venezuela?
JI