Aquiles Nazoa deslumbró de tal manera la imaginación asustadiza de aquel muchacho tímido que por entonces era Jesús María Sánchez, que al final de las tardes, el joven bibliotecario se entretenía buceando entre los legajos bibliográficos que había estado revisando durante todo el día el “Ruiseñor de Catuche”.
Corría el año 1958 y la sede de la Biblioteca Nacional de Venezuela se hallaba entre las esquinas de La Bolsa y San Francisco, sede del Palacio de las Academias, donde Jesús María se desempeñaba como funcionario atendiendo los requerimientos de una grey intelectual caraqueña de alto calibre, que alimentó su propia ambición de formación cívica, intelectual y espiritual.
“Gente de seso” como los llamaba su madre, de la talla de Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva, Arturo Úslar Pietri, Guillermo Meneses, Gustavo y Eduardo Machado, Prieto Figueroa, Guillermo Sucre, Eduardo Crema, Rafael Pisani, Efraín Subero, Gloria Stolk, Antonio Arráiz, entre muchos otros, fueron atendidos diligentemente por un Sánchez que luego se dedicaba a revisar las páginas aún tibias que antes habían manoseado esas personalidades que le dieron impulso a los acontecimientos públicos más importantes del siglo XX.
Pero Nazoa tenía un sino especial: siendo de pueblo, Guatire, Jesús María encontró en el periodista y poeta nacido en la populosa comunidad de El Guarataro, una afinidad solo explicable por su afición a las “cosas sencillas”, al punto de que muchas veces salían juntos de la biblioteca a deambular las calles de una Caracas aún aldeana, que permitía encontrar en sus esquinas a los personajes bucólicos que teñían de domesticidad llana a la ciudad de los techos rojos que describió Bernardo Núñez.

Entusiasta de la palabra escrita y nombrada
“Quien te habla tuvo el honor de ver cómo Aquiles Nazoa escudriñaba revistas, periódicos, folletos, para buscar lo que había significado para Caracas sus humoristas, y que luego convirtió en su libro ‘Los humoristas de Caracas’ que se imprimió por los días del cuatricentenario de su amada ciudad. Era un hombre de una capacidad mental impresionante”, cuenta un Sánchez emocionado.
En muchas ocasiones sorprendió su júbilo repentino, cuando hurgando las ediciones que le facilitaba el bibliotecario imberbe entre los miles de tomos arrumados en los estantes añosos, encontraba el dato justo que tenía años buscando, como cuando halló el esquivo apodo del poeta gastronómico de Caracas: “Chicharrita”, quien le cantaba con inspiración de rapsoda al mondongo.
Algunas veces, Nazoa lo tomaba del brazo y lo arrastraba por los alrededores del cuadrilátero histórico: a las afueras del Capitolio se detenían a escuchar la algarabía festiva del señor Miranda, el vendedor de miel de impoluto blanco que pregonaba no ser el de La Carraca, sino el de la melcocha de las abejas.
De 20 años de edad Jesús María, y 38 Nazoa, transitaban por las calles adoquinadas hacia la plaza El Venezolano mientras el poeta recordaba el quejido angustioso del tranvía número 42, haciendo su último viaje a El Paraíso el 2 de septiembre de 1941.

Más adelante le relataba el anecdotario de los cocheros, que alguna vez cantó con nostalgia Billo Frómeta. “Oye, tú sabes que aquí a todos los cocheros los llamaban por sobrenombres: que si Mascabilio, Mondongo, Padre Eterno, etc., pero solo a dos el pueblo llamó siempre por su nombre y apellido. Uno era Tomás Masa y el otro Isidoro Cabrera, el último cochero de Caracas”.
“Por cierto que yo le tenía acondicionado un sitio especial donde él se ubicaba al llegar porque iba casi todos los días a la Biblioteca Nacional, y después, al salir, se iba a pasear por allí. Él se dedicaba horas a revisar los periódicos de la hemeroteca y eso era para él como su gran refugio. Llegaba después de las 10 de la mañana y en las tardes, a eso de las 4:30 o 5, se iba. Eso era escudriñar y comentar con uno las cosas que iba encontrando para redactar su prosa”, explicó.
La inspiración de un maestro
Una de las razones de su afinidad, piensa Jesús María, fue sus antepasados isleños. La abuela oriunda de la isla de El Hierro, de Aquiles Nazoa, y el padre de Santa Cruz de Tenerife de Sánchez, a lo que el poeta le respondía: “Entonces nosotros estamos definitivamente emparentados”.
Cercanía que se estrechaba aún más por la misteriosa casualidad de que algún familiar de Sánchez fue una de las más reconocidas panaderas de Sarría, maestra en la confección del “pan isleño” que tanto amó Nazoa, heredero también de panaderos.
Cierta leyenda urbana se refiere a una dimensión de Nazoa quizás contradictoria: se habla de un hombre huraño e incluso malhumorado, iracundo y capaz de reaccionar de manera airada ante la contrariedad. “Qué va” resume Sánchez: “él siempre estaba dispuesto a trabajar y eso sí, no le gustaba que lo molestaran pues se concentraba mucho en su actividad”.
Tejieron de tal manera una cálida amistad, nos cuenta Sánchez vía telefónica desde su morada en los altos mirandinos, donde cumple a rajatabla las indicaciones de la cuarentena social, que se aliaron muchas veces en tareas profesionales y lúdicas.
Cuando vivía en Guatire donde dio clases por muchos años, Sánchez lo llevó en más de una ocasión para que hicieran recitales y charlara con sus alumnos, a quienes divertía mucho con sus anécdotas y enseñanzas, al punto de estar dispuesto siempre a instruir en los rudimentos para la elaboración de papagayos, los juegos de trompo y perinola y las técnicas elementales para patinar.
Otras veces, Nazoa lo invitó a su programa “Las cosas más sencillas” que se transmitía en el Canal 5, para que Jesús María personificara a héroes de las luchas independentista de nuestra América como Alexandre Petión, aprovechando su impresionante voz grave de cantante lírico.

A cien años del natalicio del poeta caraqueño, Jesús María Sánchez reconoce que Aquiles Nazoa fue probablemente uno de los amantes más delirantes de Caracas, y muchas veces lo vio sufrir hasta lo indecible cuando “el feísmo estético” se imponía a punta de mandarriazos para destruir los vestigios de la ciudad bucólica y tropical que con tanto amor atesoró en su memoria.
Con 81 años de un recorrido vital también brillante, y dueño de una memoria envidiable, por su parte, Jesús María Sánchez, es hoy una venerable figura de la historia local de varios pueblos mirandinos: Los Teques, Guatire, Guarenas, Valles del Tuy, a los que dedicó durante casi toda su vida un pródigo empeño de erudito para desentramar el anecdotario popular y elaborar eso que Unamuno llamó la Intrahistoria, vertida en distintos medios impresos y programas radiales que dejaron profunda huella sobre varias generaciones.
Fue posible, sin duda, gracias a la chispa que encendió Nazoa en su corazón inquieto.
Marlon Zambrano/VTactual.com
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