Hasta hace unos días me encontraba en Roma. Expresaba en las universidades italianas conferencias sobre las guerras cibernéticas. Las identificaba como guerras de cuarta o quinta generación. Las asimilaba a los golpes blandos, como el de Brasil y el de Paraguay. O a las revoluciones de colores de Europa del Este. O a las llamadas: “primavera árabe”. Pero una cosa es preparar un discurso para una exposición académica y otro vivir estos golpes blandos como golpes duros, y sufrir las “primaveras” como inviernos fríos lleno de árboles desnudos, sin hojas, sin flores y aparentemente sin vida.
Cuando te das cuenta que en lugar de bombas te lanzan informes y noticias extraídas subrepticiamente de servidores enemigos desconocidos y que estos se infiltran en tu ordenador o en tu teléfono móvil para destruir reputaciones; cuando ves cómo bloquean las páginas web a muy pocos pasos de ti y percibes la ocupación del territorio de tu país con manipulaciones, saboteos u desfiguración de noticias, el discurso académico se te queda bien corto y hasta te espeluznas.
¡Es la ciberguerra de verdad! Te cuesta entonces describir los bandos en conflicto. Los ataques son reales. Con todas sus dimensiones y sus escenas. Una población aturdida e inerme, grupos de activistas, bandos de soldados en guerra, policías expuestos a morir, criminales con la cara cubierta o con un trapo amarrado a la cabeza como si estuvieran cruzando algún desierto, crackers, empresas mercenarias, sicarios vestidos de paisano, paredes de metal en las calles, unidades de inteligencia y jóvenes como narcotizados que actúan defendiendo un ideal que no llega a los destinatarios, por la violencia con que acometen contra todo aquel que tenga una cámara o un teléfono (adversario o no) con el que se les pueda identificar.
Es en esos momentos cuando uno es capaz de creer que en Venezuela los EE UU están ensayando un laboratorio para ver en pequeño como sería la tercera guerra mundial del ciberespacio. La reflexión entonces salta delante de nosotros como un animal herido en una expedición en medio de una selva que no es de ficción. Esto es preocupante no solo para América Latina y para Venezuela, esto es preocupante para el mundo civilizado que no quiere volver a vivir el nacionalsocialismo ni el franquismo.
Las dificultades para identificar los atacantes y la falta de experiencia para enfrentamientos similares es más una escalada “cíberbélica” que cibernética. No, no es una guerra de cuarta generación, son acciones reales que se perciben por los sentidos aun cuando ellas no tengan sentido alguno. A eso trata de conducirnos esta guerra subterránea. Me niego a verla de otra manera que no sea subterránea. Algunos de los participantes de este drama tienen intereses que no siento muy puros. Es un Pearl Harbor Digital donde se desarrollan armas híbridas sobre una zona gris. Una suerte de WikiLeaks revuelto con Anonymous, pero con armas largas, cortas y de matar ganado, escondidas en pañuelos grandes, en fundas oscuras y en bolsos fáciles de portar.
Lo peor es que a menudo las alarmas más tremendistas resultan falsas y al contrario las menos trascendentes resultan graves. Los periodistas descubren que es casi una lucha de todos contra todos. Donde sofisticados gusanos informáticos de desconocido origen te sorprenden con mentiras que es imposible no creerlas.
El hackeo es contra los enemigos y los amigos, y hasta entre facciones partidarias del mismo credo. Es una verdadera jungla donde los animales son “el pulpo” y “la araña” (vías de comunicación que parecen puentes sobre Caracas) y donde las máquinas disuasorias de la rebelión son “el rinoceronte” y “la ballena” (camiones de agua con mangueras para dispersar a los manifestantes).
Por su parte, la pared de metal que colocan como barreras los agentes del orden público este pueblo con una imaginación endemoniada les ha puesto el nombre de “murciélagos” porque expanden sus alas de metal sobre las vías urbanas y cruzan las calles como el muro que Trump ha diseñado para la frontera de México con los Estados Unidos.
Es una verdadera guerra y no un discurso. Es la anarquía más absoluta y más descabellada. En la guerra hay normas, bandos delimitados, objetivos y responsabilidades que se pueden perfectamente determinar. Lo que ocurre en esto que parece un asalto similar a aquellos que en la edad media se hacía con “las ciudades sitiadas” es un todos contra todos en el cual diversos grupos usan herramientas legítimas e ilegítimas, caca humana, botellas inflamables, armas de fuego de construcción casera, gases, “balines de rolineras”, pistolas aturdidoras de bala cautiva para sacrificio de animales. Una especie de Salvaje Oeste antes de la llegada de la Ley con indios y “pacíficos y religiosos colonizadores”.
Es posible que, como en el Viet Nam, el caos que los Estados Unidos ensayan como laboratorio en territorio venezolano se pueda volver contra ellos. Así entenderán que este continente ya no es su cortijo ni su patio trasero. Sí, estamos conscientes que al fin y al cabo la guerra no puede existir sin que antes haya una paz ordenada.
Esta supuesta paz es la que existió en América Latina cuando el departamento de estado norteamericano consideraba que este continente era suyo por obra y gracia de la Doctrina Monroe. Ahora la paz más que ordenada está organizada y opone resistencia. Se puede doblar como una palmera pero volverá a erguirse sin que jamás la rompan. Es una paz nueva, con dignidad y a eso si se le puede llamar “primavera” porque no la ablandan los golpes, ni los suaves ni los duros. Nuestra geografía ha llegado a ser un ciberespacio donde la ciberguerra no “cirbe” para domesticar ni para aplastar los pueblos.
Caracas, día de la madre en Venezuela. Dedicado a todas las mujeres que han parido esta revolución.
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!
Isaías Rodríguez