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Cuenta Fray Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias que un cacique y señor muy principal de la Isla de Cuba que por nombre tenía Hatuey, preguntó a su gente la razón de la crueldad con que los españoles los aniquilaban “¿Sabéis quizá por qué lo hacen?”. Dijeron: “No, sino porque son de su natura crueles y malos”. Dice él: “No lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran y quieren mucho. Tenía una cestilla llena de oro en joyas, y dijo: “Veis aquí el dios de los cristianos”.
Nos dice también el brasileño Darcy Ribeiro “Los indios de las Américas sumaban no menos de setenta millones, y quizá más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sólo tres millones y medio”. Es decir solo en ciento cincuenta años el imperio español, diariamente, acabó con la vida de más de mil doscientas mujeres, hombres y niños indígenas ¿No es acaso este el más grande holocausto en la historia de la humanidad?

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Los pueblos originarios que hacen vida en América Latina son los sobrevivientes de este holocausto, muchos de ellos lograron salvarse de la ambición destructora de imperio español y aún hoy siguen padeciendo la vorágine hambreadora del capitalismo, que sigue utilizándolos como mano de obra esclava, roba sus conocimientos ancestrales y les despoja de sus tierras que por miles de años les pertenecieron para seguir extrayendo las riquezas de sus suelos.
Los indígenas Wayúu de la Guajira colombo-venezolana siguen llamando «arijuna» a los blancos y a aquella personas extrañas en su entorno, con la sospecha de siempre tener ante sí a un enemigo, conquistador o transgresor de sus normas. Y lo mismo ocurre con los pueblos originarios que han sido con el pasar de los años desplazados hacia el corazón de las selvas latinoamericanas.
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Otro de los fenómenos que amenazan de manera silenciosa la supervivencia de los pueblos originarios son las llamadas ONGs, los falsos científicos y las sectas religiosas que penetran diversas comunidades con el fin de recabar información para las grandes transnacionales de la minería y la farmacéutica. Desde el año 1946 una misión evangélica estadounidense se fue instalando al sur de Venezuela ubicándose “casualmente” en zonas estratégicas de yacimientos minerales y grandes afluentes hídricos en donde llegaron a ejercer un considerable control sobre esas poblaciones, expandiéndose a buena parte de la selva amazónica. La cantidad de información recabada por las “nuevas tribus”, nombre de la misión, es incuantificable pues por más de 50 años estuvieron estudiando sus costumbres, ceremonias, alimentos, plantas medicinales, antídotos, la fauna con que conviven, y, sobre todo, los minerales que componen los suelos de las regiones que habitan.

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Es apenas en el año 2005, el 12 de Octubre, día de la Resistencia indígena para los venezolanos, cuando el presidente Hugo Chávez decretó la expulsión definitiva del país de esta secta con fachada religiosa: «Se van de Venezuela –dijo el mandatario–, son agentes de una verdadera penetración imperialista. Se llevan información sensible y están explotando a los indios”. Añadiendo también en otra oportunidad: “En eso es que andaban aquí la misiones “nuevas tribus”, buscando materiales estratégicos y llevándoselos durante muchos años: diamante, oro, piedras preciosas, coltán, etc.”
Apenas un año antes el líder revolucionario había creado, mediante decreto presidencial, la Misión Guaicaipuro, con el fin de atender y estudiar la situación adversa que para el momento atravesaban los verdaderos dueños de estas tierras. Pero ya desde los inicios de la Revolución Bolivariana los indígenas pasaron a tener un papel protagónico en los destinos de esa nación. Con la aprobación en un referéndum nacional de la nueva Constitución de 1999, los pueblos indígenas pasaron a ser plenamente reconocidos en los principios fundamentales de la Carta Magna, comprendidos ampliamente en el capítulo VIII de la misma.
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Para el año 2013 fueron entregados 21 títulos de tierras, correspondientes a una extensión de 1.125.965,58 hectáreas, en una extensión territorial que supera a la de algunos países de Europa, reconociendo, y en parte devolviendo lo que perteneció por miles de años a los pueblos originarios que hoy cuentan con los beneficios de todas las políticas emanadas del Estado Venezolano.
Con la Revolución Bolivariana se ha dado un salto adelante en cuanto a los cambios sustanciales que viven nuestros pueblos indígenas, que durante la IV República fueron masacrados por grupos de minería ilegal, grupos paramilitares y de penetración cultural. Sin embargo, queda mucho por hacer en contra de los terratenientes y agentes del capitalismo que en algunos casos continúan cometiendo crímenes selectivos en contra de líderes indígenas que después de 500 años siguen reclamando su derecho ancestral de convivir de manera armónica con la naturaleza.
CMD