Con el referéndum popular realizado en Gran Bretaña, en 2016, para decidir salir o quedarse en la UE, se pretendía zanjar la disyuntiva de quedarse en la comunidad europea o salir de ella, bajo dos premisas opuestas, a decir de los euroescépticos: Quedarse y continuar a la zaga de economías como Alemania, o irse del “mercado común” y generar mayores y mejores condiciones de desarrollo para el país sin las ataduras ni reglas impuestas desde Bruselas.
Pero ocurre que el viejo matrimonio entre el Reino Unido y la Comunidad Económica Europea (CEE) se pactó, en ceremonia civil, en 1973, bajo el gobierno del conservador Edward Heath, y al término de dos años, en 1975, ya la convivencia estaba causando estragos. De hecho, el primer aviso de una separación se generó con el referéndum del 5 de junio de 1975, cuando por 67,2% los ciudadanos decidieron respaldar la permanencia de la unión entre “la isla y el continente”.

Debieron pasar 41 años, el recrudecimiento de una crisis económica y el aumento progresivo y sostenido de migrantes de Europa, para que la derecha conservadora lograra poner en el tapete, una vez más, la necesidad de votar seguir atados o no a la Unión Europea.
Un divorcio esquivo
Pero si la derecha británica y, en general, los euroescépticos de cualquier bando pensaron que el referéndum determinaría un fácil divorcio o salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, estaban muy lejos de la realidad.
El llamado brexit –pese a una estruendosa campaña y un cerradísimo resultado de 51,9% a favor de la separación- no generó los frutos esperados en tres años. Y vaya que 2019 resultó el más rudo para el proyecto.

El país ya está a punto de arribar a cuatro años desde el “plebiscito separatista” y estas son horas en que los conservadores no han podido encaminar ni siquiera “la separación de cuerpos”. Según las cuentas hechas, los políticos de Londres esperaban no tener que participar de las elecciones parlamentarias europeas (las de mayo pasado), pero el aplazamiento del brexit hasta el 31 de octubre de 2019 (en primera instancia), les obligó a medirse y mantener sus 73 curules.
Entre dimisiones y aplazamientos
Peor aún, desde 2016, los británicos han visto dimitir a dos primeros ministros (David Cameron, quien no apoyó el triunfo del Sí; y Theresa May, quien no pudo imponer sus términos para generar la salida, a pesar de la opción tope de marzo y la prórroga de abril de 2019) y ver llegar a un tercero (Boris Johnson), que ha visto dos aplazamientos (el de octubre de 2019 y el de enero de 2020).
Precisamente este último huésped de Downing Street, que resaltó que no le pasaría lo mismo que a May, por cuanto expuso que sería más duro al momento de negociar con Bruselas para lograr la salida, se ha encontrado con la misma férrea oposición en el Parlamento de su antecesora, lo que ha echado atrás cada uno de sus planes para imponerse.
Así las cosas, ni el 29 de marzo, ni el 12 de abril, ni el 31 de octubre de 2019. Ahora, se deberá esperar a ver qué sucede el 31 de enero de 2020, tercera prórroga solicitada por la “cámara de los comunes” y aprobada por los 27 socios de la UE.
La victoria de Johnson destranca la ruta del brexit
Al parecer la victoria de Boris Johnson en las elecciones parlamentarias del 12 de diciembre (cuando obtuvo 364 de los 650 escaños) parecen abrir la posibilidad de concretar -esta vez sí- el ansiado brexit «con acuerdo», y sin pasar por la «miserable amenaza» de que haya en el Reino Unido otro referéndum.

Aunque en la calle los ciudadanos están hastiados, al menos ya cuentan con la expectativa de que 2020 cierre el capítulo de la tortuosa crisis política que los llevó a tres elecciones generales (2015, 2017 y 2019) en cinco años.
Vale decir que el pasado viernes 20 de diciembre, el Parlamento británico, de mayoría conservadora, aprobó el proyecto de ley del acuerdo de retirada de la Unión Europea (UE), para que el Reino Unido pueda salir del bloque comunitario en la fecha prevista.
FF/VTActual.com