“Cambió la inestabilidad y el agite vertiginoso de los años hiperinflacionarios, por una suerte de estado catatónico en el que el país todo va como perdiendo su biomasa nacional, mientras la población –la que no emigra– se ve obligada a resistir en un régimen de subsistencia, precariedad e informalidad”.
Así describe Luis Salas una realidad que, aunque se parece, no es la nuestra. El sociólogo habla de Zimbabwe en un dramático artículo que intenta repasar las temibles cercanías entre ambas realidades económicas.
“¿Zimbabzuela?” se denomina el texto en cuestión y habla, en resumen, de la canibalización de las finanzas de esa nación africana, a ratos muy similar a lo que atravesamos en la tierra del Bolívar, donde cada día se siente con más fuerza el desconcierto que genera el caos inflacionario, más aún, en el marco de la condición de cuarentena como consecuencia de la crisis mundial de Coronavirus.
15, 50 y algunas veces hasta 100% puede llegar a costar la adquisición de efectivo en estos días de pandemia. Depende de su ubicación geográfica, siendo más grave, claro está, en las zonas periféricas del país, los estados al extremo fronterizo o en las rendijas de la Venezuela profunda donde el papel moneda, el billete físico, es casi una excentricidad.
Aunque no es nuevo, el comercio del efectivo se ha intensificado gravemente en los últimos días, al cumplirse dos meses del decreto de cuarentena social en el país, que incluyó la orden de suspender las actividades bancarias en taquillas o cajeros electrónicos, aboliendo de un plumazo al acceso ya precario al billete.
La ventaja del efectivo
En medio de una economía gravemente inflacionaria desde hace 6 años, con rebrotes abruptos este último mes aunado a la estampida del dólar paralelo (aunque prácticamente igual al oficial), el volumen de efectivo en la calle empieza a descender vertiginosamente en la medida en que todos los precios se incrementan y mucha gente opta por hacer las transacciones más elementales en dólares, incluyendo la compra de cualquier producto alimenticio en la bodega de la esquina.
Así las cosas, el trabajador visado con salvoconducto, que amerita trasladarse por la ciudad para llegar hasta su sitio de labores; el ciudadano de a pie que desconoce o no tiene acceso a la banca electrónica ni a la telefonía inteligente; la mujer del barrio o del caserío que necesita resolver un mandado urgente para alimentar a sus hijos, se ven obligados y obligadas a recurrir a una de las expresiones más antinaturales de la economía como lo es la compra de efectivo al por mayor, o “a granel”, para usar un término de moda.
Es una operación amparada por la ilegalidad, que se tasa a la sombra y opera desde los laberintos de la rapiña, que muchas veces maniobra a través de la dotación del efectivo tras una operación de banca electrónica vía débito o biopago.
Es sencillo: si usted requiere de Bs 500.000 para el pasaje de la semana, pasa la tarjeta por Bs 575.000, considerando que su “salvador” sea piadoso y solo le quiera cobrar el 15%.
En otros casos, gente que cuenta con efectivo permanente como autobuseros, bodegueros, buhoneros, bachaqueros, entre otros, operan con transacciones inmediatas apelando al intercambio de alimentos u otros productos básicos, en operaciones en las que usted siempre sale perdiendo, pues el valor de lo que transa siempre estará por debajo del efectivo a cambio.
Aunque menos visible que hasta hace dos meses, aún es posible disfrutar de las ventajas de cargar “suelto” para comprar alimentos con efectivo, aunque por ahora, es lo que menos se ve.
Así se verifica en los mercados populares de Caracas como Coche, Quinta Crespo, Catia, Guaicaipuro o San Martín, donde las operaciones para adquirir productos del hogar y alimentos son más económicas si es en efectivo.
Estas transacciones también favorecen el mercadeo de billetes, desde Bs 500 en adelante, pues es un hecho palpable, además que los billetes de Bs 100 y 200 salieron extraoficialmente de circulación, pulverizados por la inflación.
Las mafias del efectivo están al acecho operando con holgura en medio de una cotidianidad “pandemizada”, en la que se confirman, una vez más, las hondas contradicciones de la economía venezolana que permite el funcionamiento natural del dólar y la depreciación abismal de la moneada nacional, el bolívar, que te pueden hasta comprar en una esquina caraqueña para ir a parar al extravagante mercado paralelo de Cúcuta, en la vecina Colombia.
Esta situación, vista desde una perspectiva más amplia, está favoreciendo las desigualdades y en algunos casos el hambre en algunas familias que no tienen acceso a la tecnología, ni a los dólares que envía por remesa (o cualquier otra vía) algún familiar cercano desde el exterior.
También ha estimulado, en situaciones extremas, algunos brotes de delincuencia como el robo de viviendas, piezas de carro para su venta como repuesto, de comida en mercados y abastecimientos, etc.
La epidemia global
Vale decir que no se trata de una realidad exclusiva de nuestro país. En otras naciones, las desigualdades y dificultades para el acceso a dinero, empleo y alimentos han patentizado las desventajas del capitalismo en situaciones e la cual se requiere sobre todo de la solidaridad.
No hay país de América latina que no esté afectado económica y políticamente debido a las medidas de contención de la pandemia.
En Colombia se puede ver muchas familias de grandes ciudades que cuelgan trapos rojos en las ventanas de sus fachadas para avisar que no tienen comida. En Brasil, es el voluntariado el que reparte alimentos entre los habitantes de las favelas debido a la inamovilidad del gobierno de Jair Bolsonaro.
Más allá de nuestra realidad continental, en los barrios humildes de Madrid, se observan horas de cola de gente esperando por una bolsa de comida, mientras en Palermo, Sicilia, las autoridades han tenido que contener los intentos de saqueos a los grandes automercados.
En Estados Unidos, se aprobaron medidas emergentes para ayudar a las empresas a contener económicamente la pandemia, mientras los pueblos del extenso sur, absolutamente negados por la mediática dominada por la extrema derecha reaccionaria, muere de hambre sin aparecer jamás en un titular de primera plana.
Venezuela no escapa de la tiranía del mercado, cuando además se anuncia un mes más de cuarentena y no se sabe nada de las operaciones bancarias que faciliten el acceso formal al efectivo.
Sin embargo, para palear la avalancha de precariedades, el gobierno insiste en favorecer a los más desposeídos a través de los bonos especiales de la plataforma Patria, incrementando el sueldo mínimo de los trabajadores, exonerando pagos de servicios y alquileres, repartiendo casa por casa las cajas de alimentos del programa Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) .
Pero las fuerzas invisibles que mueven los hilos de la economía siguen actuando con absoluta autonomía, golpeando arbitrariamente a una población confinada, acalorada, agotada, cargada de tareas escolares y sumida en el sopor de un esmog incendiario que parece darle un aspecto apocalíptico a los días que corren. De paso, sin plata en el bolsillo.
Marlon Zambrano/VTactual.com
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