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De la guerra y la discriminación en Venezuela

Quienes son padres saben la hermosa y terrible transformación que sufre el núcleo familiar cuando llega un nuevo miembro, pero en una Venezuela sumida en medio de la guerra económica, las dificultades pueden rayar en la crueldad.

Desde mediados de 2014 cuando comenzó a recrudecer el desabastecimiento de productos básicos, la falta de pañales desechables y fórmulas lácteas estas variables pusieron en jaque la crianza de los infantes como la tenemos entendida en la cultura capitalista. A medida que avanzó el tiempo y pese a los diversas acciones del gobierno venezolano por solventar esta situación (como la intervención de la empresa Kimberly Clark), la misma no ha hecho más que agravarse.

Así las cosas, los pañales y las fórmulas pasaron a engrosar esa larga lista de productos de primera necesidad que son objeto del contrabando, también conocido como bachaqueo. Desde mediados de 2017 cuando reaparecieron en los anaqueles estos productos de la mano de las grandes cadenas de automercados que importan estos rubros, los precios inalcanzables son capaces de acabar con el ingreso de una familia en tan solo 18 pañales.

Los padres que deciden comprarlos a precios regulados, se someten a cruentas vejaciones producto de un sistema de venta que podría catalogarse de discriminación económica.

Tal fue la situación que vivió Boli (nombre ficticio) en Farmarket de Los Naranjos. Luego de tener que atravesar toda la ciudad con su bebé en brazos y acompañada de su madre llegó al supermercado para empezar a hacer la kilométrica cola que crece como la espuma apenas se sabe que llega un producto regulado. Bajo un sol inclemente o una lluvia torrencial, las madres -que necesitan comprar estos productos a bajos precios- son capaces de aguantar cuanto obstáculo ambiental se interponga entre ellas y conseguir el anhelado paquete o lata que con seguridad no tardará una semana en ser consumido.

Pero no son las adversidades climáticas, el largo trayecto o las horas de espera lo que más indignan a las compradoras; sino los maltratos a los que se ven sometidas por los vendedores de los abastecimientos: «Recibí respuestas groseras sobre si venderían los pañales. Ellos vieron la partida de nacimiento de mi bebé de arriba a abajo, porque presuntamente nosotras dos éramos bachaqueras».

Boli, quien como muchas llevaba a su retoño de más de 8 kilogramos a cuesta para evidenciar que era madre de un infante, también fue acompañada de la abuela del menor para poder acceder a dos paquetes de pañales cada una; los encargados de la venta le dijeron que «solo madre y padre pueden comprar».

«Entonces le expliqué al señor Gerente de la farmacia que yo soy madre soltera, se evidencia en la partida y que según Lopna su abuela también es su representante legal. Aún en esas circunstancias no quisieron vender los pañales a mi mamá, eso es un delito llamado boicot y discriminación económica (…) ¿Quiénes estaban detrás de mi? Las cajeras del supermercado Plaza’s, motorizados y personas de la tercera edad que seguramente no tienen bebés de 1 o 2 años. Nada en este país va a cambiar si nos quedamos callados, si permitimos que nos quiten nuestros derechos, nos discriminen públicamente, nos maltraten y por último: jueguen con la necesidad para lucrarse».

Esta práctica discriminatoria que aplica Farmarket y tantas otras cadenas de supermercados presuntamente son utilizadas para agilizar el expendio de los artículos con precios protegidos, pero detrás de ellas siempre hay una sombra de contrabando y vejación que saca lo peor de quienes viven una guerra económica que finalmente busca también acabar con la moral de un pueblo.

KP

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