Al pensar en encapuchados, lo primero que viene a mi mente como egresado de una universidad pública venezolana en tiempos de transición política entre los años ’90 y el 2000 es una frase hecha consigna: “¡CAPUCHA!, ¡CAPUCHA!, ¡ES SÍMBOLO DE LUCHA!»
Tal afirmación combativa tiene más sentido aún para quienes de alguna u otra forma tuvieron la oportunidad y hasta el privilegio de haber vivido la experiencia de la verdadera batalla por las reivindicaciones estudiantiles propias de la época cuarto republicana (1958-1998).
Esto no quiere decir, necesariamente, que quien no haya participado directamente de estas luchas universitarias no sepa y no conozca el contexto político y social en cual se desarrollaron, puesto que fueron un reflejo de la realidad que agobiaba a la mayor parte del pueblo venezolano.
Pobreza extrema, desigualdad social y falta de oportunidades, deserción escolar a todo nivel, desempleo y analfabetismo, escasa o nula participación política de la mayoría de la población son algunos de los indicadores que signan esos 40 años de “democracia” representativa criolla.
¿Quién en su corta o larga carrera universitaria no tuvo que, por lo menos una vez, oler el humo de los cauchos quemados por los “cara tapadas” en las protestas para llamar la atención de las autoridades cuando se agotaban los canales regulares en la búsqueda de alguna reivindicación?
O peor aún, ¿quién no tuvo que haber sentido ese escozor en la nariz y los ojos por haberse “tragado” su ración de lacrimógena (el gas) de la buena arrojada por las fuerzas represoras del Estado para disolver o disuadir las manifestaciones pacíficas o no tanto en su momento?
¿Brutal represión, exceso de fuerza, violación a la autonomía universitaria y a los derechos humanos (DD.HH.), persecución política, desapariciones y hasta asesinatos de jóvenes, líderes y dirigentes estudiantiles por el simple hecho de reclamar sus derechos o pensar distinto?
Sí, las hubo y mucho. De hecho, estas eran prácticas más comunes con las cuales muchas personas en la actualidad quizás no estén familiarizadas ni al tanto de que sucedieron en nuestro país tiempos de los gobiernos dirigidos por la alternancia del bipartidismo conformado por AD y Copei.
Afortunadamente, a finales del ’98 gana Hugo Chávez la presidencia de la República, la asume a comienzos del ’99 y llega para dar un enorme salto cualitativo transformando la realidad venezolana para que la represión y la persecución estudiantil más nunca sean política de Estado.
Todo esto se puede constatar con la disminución progresiva de las protestas violentas de calle que involucraran estudiantes en cualquier nivel (antes hasta los liceístas se incorporaban), ya que desde la asunción de Chávez al gobierno se tendieron puentes para a este sector de la sociedad.
Sin embargo, aparte de la llegada de Chávez al escenario político nacional, las autoridades universitarias, por otro lado, agudizaron un paulatino y complejo proceso de compra, infiltración, manipulación y desmembramiento de los movimientos estudiantiles para usarlos a sus anchas.
Estas acciones lograron, de algún modo, atomizar, desvirtuar y deslegitimar las luchas de los estudiantes y convertir, de a poco, a gran parte de esas organizaciones estudiantiles en grupos de choque y mercenarios al servicio de la dirigencia universitaria de turno para hacer el trabajo sucio.
Hecho que en el marco del capitalismo y su mercantilización de todo cuanto sea comprable por el dinero no es ajeno para nadie que conozca un poco sobre la forma como este cáncer político, económico y social se va apropiando de hasta las formas de pensar individuales y colectivas.
Por eso, es común en estos tiempos ver banalizadas iconografías que guardan gran significado de luchas históricas pero que gracias a tendencias como el “pop art” (de popular y arte poco tienen), destruir la imagen del Che Guevara en una franela o ropa interior, por solo poner un ejemplo.
Fenómeno similar ocurre con los famosos y no tan bien ponderados encapuchados de la vieja escuela izquierdista-progresista, en su momento tildados de subversivos y satanizados casi hasta su prohibición, pero ahora vueltos a la vida como símbolo heroico de lucha derechista.
Nada tienen que ver estos aclamados y afamados paladines “enmascarados” de hoy (tipo Guy Fakes al estilo Anonymous), forjados por las redes sociales, ataviados de costosos equipamientos: petos, cascos, guantes, mascarillas, protectores, entre otros, con la clásica capucha universitaria.
LM