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El lunes 3 de enero de 1994 sorprendió a los venezolanos y al mundo con imágenes dantescas de la cárcel de Sabaneta, ubicada en Maracaibo, estado Zulia. Un grupo de presos, de la banda de los “Goajiros” colocaron cadenas y candados a una zona del penal y prendieron fuego con gasolina a los reclusos que estaban allí para vengar la muerte de otro recluso que la noche anterior había sido decapitado y su cabeza había sido empleada como un balón de fútbol en uno de los calabozos. Este hecho, que se convirtió en noticia mundial, daba cuenta de las condiciones infrahumanas a que estaban sometidas las personas privadas de libertad en uno de los principales países productores de petróleo del mundo.
Durante la década de los 90 Venezuela vivió la peor crisis penitenciaria de toda su historia: cárceles como El Rodeo, La Planta, Yare I y II, Tocorón, entre otras, eran noticia semanal por las masacres de decenas de reclusos y enfrentamientos entre bandas que allí se cometían.
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El 16 de marzo de 1997 el presidente Rafael Caldera ordenaba la demolición del Retén de Catia, uno de los lugares más espeluznantes de esta nación latinoamericana. Su construcción se realizó bajo la presidencia de Raúl Leoni en 1966 y en apenas 30 años de duración que tuvo este recinto penitenciario, cobró las dimensiones de una máquina demoledora de cuerpos y almas en la que encontraron la muerte miles de venezolanos y muchos estuvieron a punto de perder la condición humana tras el tormento diario del hacinamiento criminal al que fueron sometidos. Un año antes, el 9 de febrero de 1996, el Papa Juan Pablo II, en su visita a Caracas, había saludado a los presos desde la autopista en un paseo oficial, lo cual aceleró su demolición.
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La concepción de las cárceles comprende una gran responsabilidad del Estado, en cuanto a la necesidad de encauzar la conducta de un individuo que se salió de los límites del comportamiento convencional en un tiempo determinado por una condena. Es decir, el Estado reordena una serie de conductas según los valores que considera el común como buenos o malos. Cuando una persona comete un acto considerado “malo” –principalmente robo– el Estado tiene el deber de encerrarlo y enmendar una falla estructural existente en ese individuo, empleando el castigo y la reeducación, para reinsertarlo de nuevo a la sociedad con un cúmulo de aprendizajes que lo hará mantenerse alejado de conductas impropias.
Generalmente los sistemas penitenciarios precarios, se enfocan más en lo primero que en lo segundo. Reeeducar siendo lo más importante, pasa a ocupar un segundo plano.
Bien lo decía el poeta Oscar Wilde, quien en 1892 sufrió el presidio en una sociedad inglesa que condenaba a un homosexual con el mismo rigor con el que se castigaba a un asesino:
La maldad, como mala hierba
crece en la tierra carcelaria;
y lo que hay de bueno en el hombre
allí se marchita, se acaba;
la angustia vigila las puertas,
y es guardián la desesperanza.
(Balada de la cárcel de Reading)
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En el año 99 el presidente Hugo Chávez recibió de manos de la IV República uno de los sistemas carcelarios más inhumanos del planeta, ejemplo ante el mundo del fracaso institucional y pionero en violaciones a los Derechos Humanos. Revertir este proceso ha sido uno de sus principales logros. Aunque aún falta mucho camino por andar para alcanzar un sistema penitenciario digno, son muchos los pasos que se han dado y que apuntan a una buena dirección donde el principal objetivo sea el de trasformar conciencias.
El presidente Nicolás Maduro ha puesto especial empeño en seguir transformando la manera de hacer justicia y generar condiciones para impedir la continuidad de la delincuencia en los centros de reclusión, que en los últimos años tuvo una oleada de crímenes con la penetración del paramilitarismo y el surgimiento de fenómenos como el “pranato”, en el que un líder negativo forma en torno de sí una estructura jerárquica que le permite dominio dentro de una zona o totalidad del penal y acción delincuencial fuera del recinto.
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En los últimos años algunos centros penitenciarios del país han cobrado un nuevo rostro, con la implementación de un sistema penitenciario que busca cambiar la espiritualidad de aquellos individuos que han cometido algún delito, con la finalidad de reinsertarlos a la población con herramientas que hagan de este proceso algo más llevadero. Actualmente se ensaya una estrategia que busca potenciar las destrezas de aquellos que cumplen una condena, a partir de la implementación de programas educativos, de capacitación para el aprendizaje de un oficio, con planes deportivos y de recreación, pero sobre todo con un fuerte matiz en lo cultural.
En este sentido se ha implementado el Sistema Nacional de Orquestas formando diferentes agrupaciones en los centros penitenciarios del país. En algunos de ellos funcionan centros de lutería donde se fabrican instrumentos musicales para uso de los internos y para el autofinanciamiento. Existe en la actualidad una fuerte presencia del teatro en los diferentes centros del país en el que más allá de la representación de los actores y actrices, se han venido formando escenógrafos, maquilladores, sonidistas, musicalizadores, productores, guionistas y el resto de componentes necesarios para una puesta en escena. A partir del trabajo voluntario, la educación y la potenciación de las diversas manifestaciones del arte, vemos a un Estado que acude a la transformación del hombre y la mujer aún en las más complejas condiciones, empeñado en la necesidad de desarrollar “lo que hay de bueno en el ser humano” como debe ser el objetivo de todo sistema penitenciario, y no marchitándolo, como generalmente ocurre.