A pesar de que no existen fórmulas universales, los colectivos y las profesionales del sector siguen trabajando por lograr espacios urbanos más igualitarios, inclusivos y respetuosos.
En una casa cualquiera de cualquier barrio de Madrid, una mujer de unos 65 años se levanta con las primeras luces del sol para hacer compras y recados. Un poco de pasta y tomate. Galletas y yogures para las nietas. Luego, una visita al médico y a la farmacia. Vuelve a casa para preparar la comida y, cuando la tiene lista, va a buscar a las niñas al colegio. Más tarde las lleva y recoge de clases particulares y las acompaña al parque a jugar. El movimiento que esta mujer realiza en su día a día es, según la perspectiva del urbanismo feminista, poligonal: casa-supermercado-médico-farmacia-casa-colegio-casa-clases particulares-parque-casa. Mientras que la ciudad en la que vive —colmada de edificios altos, surcada por avenidas interminables—, está diseñada para una movilidad de tipo pendular: casa-trabajo-casa.
¿En qué consiste el urbanismo con perspectiva de género?
La organización de las ciudades no es neutra. La mayoría de ellas está pensada desde la perspectiva de un sujeto universal, que no es representativo de la complejidad y la variedad de personas que las habitan. De esta idea parte el urbanismo feminista: de la diversidad.
“Tradicionalmente el hombre (blanco, joven, sano, con cierta capacidad adquisitiva y cultural y, en general, urbano) ha sido el centro del análisis de gran parte de los estudios sociológicos, quedando en un segundo plano las problemáticas de otros grupos de estudio, como las personas enfermas, las personas con algún tipo de limitación en la movilidad, las personas mayores, los niños y las niñas, las personas migrantes, etc.”, explica Susana García Bujalance.
García es arquitecta y profesora de Urbanismo y Ordenación del Territorio en la Escuela de Arquitectura de Málaga y lleva casi 20 años trabajando en la aplicación de la perspectiva de género a este campo de estudio. Piensa que el urbanismo feminista es aquel que, partiendo de esa disciplina técnica, aplica “un análisis segregado por sexos de las problemáticas urbanas”.
Afirma que una de las cosas más significativas que la perspectiva de género aporta al análisis urbano es “la visión de las mujeres en tanto que cuidadoras de muchos grupos de población”. La arquitecta apunta que, estadísticamente, las mujeres son las que asumen la mayoría de los cuidados de la sociedad, ya sea en el ámbito familiar o porque son contratadas para ello. Y no se equivoca.
A pesar de que, como recuerda García, cada vez más hombres comparten tareas, según la última Encuesta de Empleo del Tiempo (ETT) elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) —que abarca el período 2002-2010— las diferencias de género en el desarrollo de actividades cotidianas aún siguen siendo significativas. El 38,6% de los varones trabaja de forma remunerada y le dedica una media de ochos horas diarias a ese trabajo; mientras que las mujeres trabajan una hora y 20 minutos menos que los hombres.
Por otra parte, ellas son las que más tiempo dedican a las tareas domésticas y los cuidados. El 92,2% de las mujeres emplean casi cuatro horas y media a los trabajos del hogar y los cuidados. El 74,4% de los hombres dedica un promedio de dos horas y media a esas actividades. Es decir: de media, las mujeres cuidan, limpian, acompañan o cocinan dos horas diarias más que los hombres. Y eso hace que, indudablemente, sus usos de la ciudad no sean los mismos.
Pero el urbanismo feminista no solo tiene en cuenta las necesidades de las mujeres dentro de las ciudades. Como indica García, se trata de una visión poliédrica y compleja de la realidad. Y desde el Col·lectiu Punt 6 también comparten esa mirada. Esta cooperativa de profesionales lleva más de 10 años trabajando por incorporar el feminismo a la disciplina del urbanismo y pretenden que las personas que habitan las ciudades “se conviertan en especialistas de los espacios que las rodean”.
Como indican en un vídeo explicativo de su web, para las integrantes del colectivo, esta perspectiva incluye a “diferentes personas teniendo en cuenta la diversidad de género. Pero también cruzado con otras variables identitarias como la edad, el origen, la identidad sexual, el tipo de unidad de convivencia donde vives, la clase social, la diversidad funcional, etc”.
La Ley de barrios (Ley 2/2004, de 4 de junio, de mejora de barrios, áreas urbanas y villas que requieren una atención especial), aprobada por el Parlamento de Cataluña en el 2004, recoge una serie de proyectos y actuaciones en los barrios susceptibles de ser financiados.
En total, se enumeran ocho puntos con diferentes ámbitos de actuación. Así, entre la mejora del espacio público y la dotación de espacios verdes o la accesibilidad y la supresión de las barreras arquitectónicas, se encuentra el punto seis: “la equidad de género en el uso del espacio urbano y de los equipamientos”. De ese sexto punto nace el colectivo Col·lectiu Punt 6.
Para esta organización, la clave del análisis de género aplicado al urbanismo es determinar cómo todas esas variables identitarias se cruzan y se materializan en privilegios u opresiones dentro de la ciudad y sus diferentes espacios.
“Por ejemplo, no es lo mismo vivir y experimentar la ciudad siendo un chico adolescente homosexual y de origen extranjero, que una mujer mayor que tiene cerca de 80 años, que vive sola y que tiene que moverse con un caminador en el espacio público. Van a vivir los espacios de maneras diferentes porque tienen necesidades y experiencias diferenciadas”, explican en el mismo vídeo.
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