La estrategia de Washington durante los últimos 25 años, que en 2017 se ha visto expandida, y que busca la globalización y la idealización de un modelo hegemónico impuesto por las grandes potencias del mundo, no ha surtido efecto. A pesar de verse algunas corrientes, China y Rusia no han optado por seguir ese modelo al pie de la letra, lo que ha representado un duro golpe para la Casa Blanca.
EE.UU. esperaba que fuera posible llevar a cabo esta misión, integrando a sus opositores potenciales (China y Rusia) para restarle las ganas de obstaculizar su paso ante ciertas decisiones políticas decisivas para el mundo, y aunque las dos naciones se valieron del estímulo económico y diplomático no llegaron al libertinaje que la nación norteamericana deseaba, conduciendo su plan a un punto ciego.
Hal Brands, politólogo y especialista en seguridad nacional, ha sido claro en este tema en su reciente artículo para Bloomberg donde cataloga la posición de Estados Unidos como un «callejón sin salida».
«Después del fracaso ya no se trata de defender un orden mundial, sino su sistema político internacional de impacto destructor», dijo el especialista.
Brands también aseveró que «la era de la integración ha terminado, en el sentido de que no existe una perspectiva realista a corto plazo de introducir a Rusia o China en un sistema dirigido por Estados Unidos, explicando que actualmente lo mejor para la nación norteamericana es dejar que las cosas fluyan».
De hecho, el especialista insistió en que la cooperación entre estas tres potencias es imprescindible; las relaciones comerciales chino-estadounidenses para estos últimos son de vital importancia. La situación geopolítica actual indica que la relación Washington-Moscú es totalmente indispensable ante los desafios internacionales que estarían por darse, como la proliferación nuclear y el cambio climático.
Estados Unidos parece haber perdido su corona y voz única para dictar las reglas en el planeta.
KH
