“Samuel Burkart tuvo que hacer cola en el abasto para ser atendido por los dos comerciantes portugueses que hablaban con la clientela de un mismo tema, el tema único de los últimos cuarenta días que esa mañana había estallado en la radio y en los periódicos como una explosión dramática: el agua se había agotado en Caracas”.
62 años después de que García Márquez describiera la mañana en que el ingeniero Burkart sintiera con crudeza palmaria la ausencia del agua, ese líquido esencial para la vida, la ciudad luce casi igual.
El Gabo, en su crónica Caracas sin agua (1958), cuenta los esfuerzos de los habitantes de la capital venezolana por sobrevivir en tan precarias condiciones. Ahora, sin siquiera suponerlo, más de medio siglo después usamos sus palabras para relatar lo que viven los caraqueños.
El agua brilla por su ausencia y es un reto pandémico. Una circunstancia que se suma al ramillete de arbitrariedades de la nueva normalidad, el término acuñado por la Organización Mundial de la Salud para describir la realidad impuesta ante la propagación de Covid-19.

Contradicción con la OMS
Es, además, una grave discrepancia frente a las recomendaciones formuladas por la OMS que, antes que nada, nos viene suplicado hasta el hartazgo lavarnos las manos como una de las más básicas medidas preventivas.
“Lávese las manos con frecuencia con un desinfectante de manos a base de alcohol o con agua y jabón. ¿Por qué? Lavarse las manos con un desinfectante a base de alcohol o con agua y jabón mata el virus si este está en sus manos”, recomienda la OMS, y por consiguiente la mayoría de las naciones ha puesto en práctica para minimizar la posibilidad de contagio.
6.000 litros menos
Si bien la opacidad de los datos oficiales impide establecer criterios más esclarecedores, lo cual estimula la especulación y la tergiversación, hay quienes afirman que más del 80% de los venezolanos no tiene un suministro de agua de manera continua y la que recibe de manera esporádica es de dudosa calidad o no potable.
Al menos eso es lo que señala en un estudio que realizó el pasado abril la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de Servicios Públicos.
En medio de la pandemia, se calcula que a Caracas están entrando unos 12.000 litros de agua por segundo, de los 18.000 que se requieren para abastecerla.
Esto normalizó el desabastecimiento por largos períodos, servicio intermitente, por turnos, o la ausencia absoluta del líquido en comunidades del este, del centro y la periferia de la capital.
Necesidad vs. especulación
En algunos sectores del mismísimo corazón de Caracas, la sequía se extiende por semanas. Esto genera la contratación (en dólares) de servicios privados de cisternas o la adquisición de botellones de agua potable. La media tiene su impacto económico en los ya golpeados bolsillos de los trabajadores en medio de una crisis exacerbada por el estado de emergencia.

Además, ha propiciado todo un fenómeno de reingeniería social, marcada por la suma de esfuerzos para almacenar agua en los grandes tanques residenciales y establecer jornadas casi marciales para el suministro comunitario.
Por lo tanto, esto obliga a que en cada hogar caraqueño abunden los tobos, envases reciclados, pipotes, pimpinas y hasta tanques cilíndricos, estos últimos cotizados al ritmo de la usura sobrevenida con la necesidad.
En algunos casos, las proporciones de la escasez han llevado a extremar los controles en el uso del agua. Esto ha provocado jornadas de aseo personal cronometradas, lavadas colectivas de ropa, misiones instantáneas de limpieza del hogar, entre otros.
Y de esta manera transformando profundamente las características de la rutina doméstica, como si no fuera suficiente con el confinamiento total, lo que constituye que la ausencia del agua sea en estos momentos un reto para afrontar la pandemia.
¿Bloqueo o desinversión?
Las causas objetivas de las irregularidades del servicio entran en el limbo de la especulación, a falta de datos formales.
En lo que coinciden algunos funcionarios del gobierno, y los dos eternos voceros de la oposición (el expresidente de Hidrocapital José María De Viana, y el exjefe del Acueducto Metropolitano de Caracas Norberto Bausson), es que llegamos a esta situación porque la infraestructura está gravemente deteriorada. Esto ha ido minimizando la capacidad de trasladar el agua desde los embalses hasta la ciudad.
En lo que se confrontan es en las causas.

Para el gobierno, es culpa del bloqueo económico, con razones imposibles de descartar. Alguna son los costos milmillonarios que acarrea el inmenso proceso de mantenimiento y recuperación de la infraestructura, incluyendo la sustitución de piezas de repuesto que son importadas.
Para la oposición, se trata de un proceso de decadencia por 20 años de desinversión.
Como solución parcial, el presidente Nicolás Maduro importó de China 252 camiones cisterna con capacidad para transportar 30.000 litros. Llegaron al país el 17 de mayo, para intentar abastecer a 188 municipios.
De estos, 86 se están utilizando para suministrar agua potable a 22 parroquias de la capital.
En la crónica del Gabo, el ingeniero alemán Samuel Burkart intentaba afeitarse con una limonada de botella. Al hacerlo descubrió que la limonada corta el jabón y no produce espuma. Así que, por falta de agua, se afeitó con jugo de duraznos.
En el siglo XXI, a falta de agua y con dificultades para todo lo demás, ¿con qué otra cosa nos podemos lavar las manos?
Marlon Zambrano/VTactual.com
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