En tiempos de construcción de procesos revolucionarios, las indecisiones juegan un papel fundamental para dar al traste con la direccionalidad de las acciones futuras. Tomar decisiones firmes y contundentes, es lo que determina el verdadero rumbo de las causas justas y necesarias.
El libertador Simón Bolívar así lo entendió en 1811 y a sus 27 años de edad dio muestra de su claridad política y de su percepción ante su realidad inmediata. Frente a un Congreso que dilataba una decisión inminente, se pronunciaría con el fuego de su verbo para sacudir a los timoratos.
Ante una ambigüedad política entre la tradición colonial y la nueva república, Bolívar emitiría aquella noche del 3 de julio de 1811, un discurso que dejaría claro la carga y fuerza histórica de su pensamiento: “…Trescientos años de calma ¿no bastan?”.

1811: Año decisorio
El clamor por un cambio radical estaba presente en los diferentes estratos de la sociedad. La oportunidad de un nuevo destino no podía retrasarse y la población se hacía más consciente de ello.
Había pasado un año del 19 de abril de 1810. El aniversario de aquellos sucesos, fue una plataforma para demostrar la necesidad indetenible por asumir el camino definitivo de la Revolución.
Si bien, aquel Jueves Santo de 1810, no hubo una declaración de independencia, los propios protagonistas sabían que se había activado una marcha sin retorno.
Por su lado, El Supremo Congreso de Venezuela, instalado el 2 de marzo de 1811, bajo la premisa de la esperanza concebida en 1810, se había convertido en la máxima instancia decisoria de la nación.

El Congreso como representación del poder, tenía en sus manos la confianza de una población ávida de un rumbo distinto. Sin embargo, el retraso en la discusión de un teman tan fundamental para el futuro del territorio, impulsaría acciones de presión por parte individuos de pensamiento más radical.
“Vacilar es perdernos”
Bolívar no solo expresaría su rechazo por las dilaciones del Congreso, en su discurso ante sus compañeros de la Sociedad Patriótica, configuraría una verdadera definición sobre el ideal político que debía tener el pueblo venezolano.
Escuchemos a Bolívar: “…Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen?, que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviésemos confederados contra la tiranía extranjera…”
La lucha es contra el imperio opresor. La tarea es cambio de modelo y pensamiento. Sigue Bolívar: “…¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas…”
Indudablemente, Bolívar nos habla del peso de la mentalidad tradicional y sus efectos ideológicos. He ahí la necesidad de cambio. Para sí, la marcha de la revolución era indiscutible y no valía duda alguna.
Una claridad que hoy, a más de 500 años de resistencia contra los imperios, debe estar siempre presente. Cuando la duda reina en la conciencia, se debe recordar la firmeza del Libertador: “…Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos”.
Simón Sánchez/VTactual.com
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