Comienzos de abril, año 2017. Apenas nueve meses de vida tiene la bebé, que pelea por no dormir en la cuna, dispuesta especialmente para ella pero separada por unos muros, para ella enormes, de sus padres, que intentan conciliar el sueño en la cama a su lado.
Pero esa noche dormirá con ellos, porque por la ventana, que da directamente a la calle frente a su edificio, comienza a colarse gran cantidad de humo. Afuera, tres personas mantienen viva una fogata de desechos, incluido material tóxico: papel ahumado para vidrios de vehículos, plástico, etc.
Pero la niña no esperaba que la compañía de sus progenitores pudiera ser tan poco confortante en una noche de sueño: terminan durmiendo los tres en una pequeña colchoneta sobre el suelo de la sala, junto a la puerta del departamento, el lugar más alejado de las entradas de aire.
Dos noches consecutivas en esas condiciones los obligaron a irse del lugar durante un par de días, pues sus pequeños pulmones estaban en riesgo por una amenaza que no se suele esperar: eran sus propios vecinos los del impedimento pirómano de una noche tranquila. ¿Su alegato? Así luchaban contra la tiranía, por la libertad, por la democracia, por el futuro. Claro, no por el de la bebé.
Ya es mayo, más de un mes de movilizaciones, concentraciones, trancas impuestas y ataques a infraestructuras públicas y privadas se han vivido en suelo venezolano. Por diversos medios se denuncia la utilización de niños en dichas acciones violentas de calle, bajo modalidades que van desde la oferta de futuros beneficios hasta la manipulación y el suministro de drogas.
Ya varias imágenes difundidas en redes sociales muestran a infantes con capuchas y armas caseras, o en situación de “formación” por miembros mayores que ellos, enseñándoles, por ejemplo, a lanzar bombas molotov.
Una tarde de junio, un grupo de niñas sale a jugar fuera de sus casas en la zona residencial que habitan. Bicicletas y un carro de juguete las acompañan, aunque el uso que le dan es curioso: en lugar de montar en ellos, los disponen en el piso, alineados, mientras van amarrando franelas tapando sus rostros. Están “jugando” a la guarimba, a la protesta violenta, al ataque contra sus propios vecinos.
También se ha difundido una fotografía que muestra a otros pequeños, que ya en julio han avanzado a un nuevo nivel del juego: portan escudos, van sin camisa (la llevan amarrada al rostro), en “simulaciones” de enfrentamientos con los cuerpos de seguridad del Estado.
https://twitter.com/EnkiVzla/status/891113645526183937
Los niños jugaban con muñecos, cuidaban mascotas virtuales con comida y cariño, iban con sus padres a patinatas, pateaban balones y gritaban gol, o golpeaban pelotas con bates buscando un jonrón. ¿Ya no?
https://www.youtube.com/watch?v=lxwnK6TLgog
Ahora, viendo este “juego” de algunos niños y su vertiginosa evolución, la pregunta peligrosa es cuál sería el próximo paso en su aprendizaje “lúdico”: ¿comenzarán a simular la quema de personas con camisas rojas? ¿Amarrarán alambres entre postes para que caigan sus amiguitos al pasar? ¿Usarán batecitos de juguete como si fueran lanzamorteros? ¿Lanzarán granaditas desde helicópteros a control remoto? ¿O volverán a jugar para divertirse y aprender para construir un mejor futuro en el país que los vio nacer?
JI
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