Antes de que Anonymous llegara para ventilar verdades, escándalos y manipulaciones, amparados por el tiempo detenido del confinamiento obligatorio e inducidos por el crimen racial de un policía blanco contra el afroamericano George Floyd, el comediante Ricky Gervais aprovechó la ocasión de ser anfitrión de los Premios Globo de Oro que se entregaron en enero pasado, para disparar los misiles de su desparpajo inglés sobre la complicidad del mundo del espectáculo de Hollywood en favor de la impunidad con que había actuado, hasta entonces, uno de sus más conspicuos representantes, convertido en desmedido acosador de mujeres, maltratador de aspirantes y estrellas del cine, violador y traficante de niñas menores de edad regateadas con desfachatez abominable: el productor cinematográfico Harvey Weinstein.
No siempre fue así, o, por lo menos, no siempre se supo. Weinstein, junto a su hermano Bob, fueron fundadores de una de las factorías del cine norteamericano más audaces por su atrevimiento temático y su independencia, Miramax, legando para la cultura popular el arrojo de catapultar a algunas de las figuras emergentes más importantes e incómodas del cine del siglo XX como Quentin Tarantino y Steven Soderbergh, con quienes fecundó algunos de los filmes convertidos luego en grito generacional como Sexo, Mentiras y videos, Pulp Fiction, Kids o Átame del español Pedro Almodóvar, imprescindibles para comprender el imaginario de quienes hoy rondan los 50 años de edad.
Ciertamente Weinstein fue considerado, hasta ayer, uno de esos «rara avis» del mundo del espectáculo norteamericano que apuestan por los casos perdidos, inyectándole presupuesto de su propio patrimonio a proyectos cinematográficos que otras empresas productoras de mayor calado como Universal o Warner Bros, no se atrevían siquiera a considerar por su extravagancia y osadía.
De niño malo a depredador sexual
De talante controvertido, siempre señalado -a diferencia de su hermano- de poseer un carácter irascible capaz de coronar con insultos y maltrato físico sus relaciones personales y laborales, y tranzar con chantaje, espionaje y zancadillas el trato con la competencia, se coló en el dudoso sitial de honor de los «Enfant terrible», hasta ser señalado como un intocable de la farándula por sus relaciones con políticos, empresarios y magnates de la talla del impresentable Jeffrey Epstein, hallado muerto -ahorcado con una sábana- en una prisión de máxima seguridad, justo antes de comenzar el juicio que lo vinculaba con una tenebrosa red de traficantes de menores de edad y pedofilia que se estiraba hasta el más alto nivel de la grey política de ese país, incluyendo a Bill Clinton y al mismísimo presidente de la nación más poderosa y belicista del mundo, #DonaldTrump.
En 2017 empezó la debacle. El diario The New York Times y la revista The New Yorker publicaron docenas de denuncias de mujeres que acusaban al productor de acoso sexual, agresión sexual o violación.
Como en caída libre, seguidamente más de ochenta mujeres sumaron sus testimonios al extenso expediente y forzaron la creación del movimiento Me Too, una plataforma de alcance mundial surgida del hashtag con el mismo nombre que sugirió la actriz Alyssa Milano para denunciar comportamientos misóginos y abusivos como el de Weistein, quien primero negó todas las acusaciones asegurando que nunca procedió sin el consentimiento de sus víctimas, para luego admitir solo algunas responsabilidades.
Secreto a voces
Desde mucho antes, Weistein estuvo en la palestra como acosador, y muy de vez en cuando alguna voz discrepante, pero luego silenciada, se atrevió a señalarlo abiertamente.
En 1998 la actriz Gwyneth Paltrow (Óscar ese año por Shakespeare in Love, producida por su acosador) afirmó durante una entrevista que Weinstein «te obligará a hacer una cosa o dos». En 2005 Courtney Love, la mujer del malogrado líder de la banda Nirvana Kurt Cobain, osó advertir: «Si Harvey Weinstein te invita a una fiesta privada en el Four Seasons, no vayas».
Pero no pasó del chiste fácil, acompañado del silencio cómplice y la solidaridad sibilina de los artífices de ese mundillo de la superficialidad que es Hollywood.
Mientras, el hombre, fortalecido por su impunidad, seguía triunfando en las carteleras no ya con la empresa Miramax que había abandonado por asuntos legales, sino con The Weinstein Company que creó en 2005 junto a su hermano para seguir catapultando al estrellato películas de extraña belleza y gran impacto comercial, que le valieron como productor innumerables reconocimientos.
Solo dos cargos
Ese fatal 2017, Ronan Farrow, hijo de la actriz Mía Farrow y del director Woody Allen (relacionado también con situaciones de acoso y pedofilia), inició una dura cruzada periodística que luego convertiría en un libro, agregando más demandas por acoso, revelando grabaciones donde Weinstein admitía sus culpas, y advirtiendo que las manos ocultas del poder se habían permitido intervenir en el turbio asunto al punto de impedir que las historias de acoso se publicaran en algunos medios, como la cadena NBC.
Las denuncias no pararon de llover sobre un Weinstein físicamente disminuido, muchas de ellas dirigidas por la actriz y directora Asia Argento, quien publicó una lista de más de 100 casos de abuso sexual por parte del productor en un período de 25 años, de 1980 a 2015, incluyendo 18 denuncias por violación.
Fue en febrero de este año, y luego de una enorme campaña de presión pública para que las voces de las agredidas fueran escuchadas y admitidas como testimonio de una larga carrera de depredación, que el productor cinematográfico fue condenado, apenas, por un cargo de agresión sexual criminal en primer grado y un cargo de violación en tercer grado, siendo sentenciado finalmente en marzo pasado a 23 años de prisión, garantizando que, probablemente, no salga vivo de su encierro.
Marlon Zambrano/VTactual.com