En la política española, el nombre de Fernando Grande-Marlaska es conocido y debatido a diario. Sin embargo, detrás del ministro del Interior existe una figura clave, discreta y llena de carácter: Gorka Arotz, su marido desde hace ya dos décadas. Profesor de profesión y filólogo de formación, Gorka ha elegido mantenerse alejado del foco mediático, construyendo una vida donde el amor, la estabilidad y la discreción son los protagonistas.
Este artículo no busca hablar de Marlaska como ministro, sino de Gorka Arotz, el hombre que ha acompañado, apoyado y compartido un camino de vida y compromiso en uno de los matrimonios homosexuales pioneros en España.
Gorka Arotz, el profesor que marcó un antes y un después en la vida de Marlaska
Gorka Arotz nació en el País Vasco y se formó en Filología. Aunque su vida profesional está ligada a la enseñanza en institutos, su nombre ha resonado en la historia social de España por otro motivo: ser parte de uno de los primeros matrimonios homosexuales tras la aprobación de la ley de 2005.
Conoció a Grande-Marlaska en 1997 en un bar. La conexión fue tan intensa que, apenas una semana después, decidieron vivir juntos. Ocho años más tarde, con la igualdad matrimonial reconocida, sellaron su unión en una boda discreta, pero cargada de simbolismo: Marlaska se convertía en el primer ministro español casado con un hombre, y Arotz en la pieza esencial de esa historia.
Arotz no buscó nunca los focos ni el reconocimiento público. Su verdadera vocación siempre fue la enseñanza, el contacto con los adolescentes y la pasión por las lenguas. Su perfil reservado contrasta con la notoriedad política de su marido, y ahí radica la fortaleza de su figura: ser un pilar estable y constante.
Una vida compartida, sin hijos pero con compromiso
Uno de los aspectos más íntimos de su relación ha sido la decisión de no tener hijos. Marlaska confesó en entrevistas que renunció a la paternidad porque Gorka tenía claro que no quería ser padre. “Me interesaba más la estabilidad vital que Gorka representaba para mí, por encima de cualquier otra consideración”, llegó a decir el ministro.
Esa elección habla de un vínculo basado en la coherencia y el respeto mutuo. Lejos de los clichés de la exposición pública, Arotz y Grande-Marlaska han consolidado una vida en común en Madrid, concretamente en el barrio de Chueca, además de disfrutar de una casa en la Sierra y compartir su día a día con varios perros.
El valor de ser discreto en una historia pública
Los comienzos de la relación no fueron fáciles. La familia de Marlaska tardó años en aceptar su homosexualidad y, en especial, su relación con Gorka. La madre del ministro llegó a pasar quince días sin salir de casa y seis años sin hablar con su hijo tras conocer la noticia. Con el tiempo, esa herida se cerró, y la pareja pudo consolidarse como un referente de estabilidad.
Hoy, dos décadas después de su boda, Gorka Arotz sigue siendo el ejemplo de que no hace falta ocupar portadas para ser una figura esencial en la historia social de un país. Profesor, filólogo, hombre discreto y compañero de vida, su papel no se mide en discursos políticos ni titulares, sino en algo más profundo: haber construido, junto a su marido, una de las historias de amor más emblemáticas y respetadas de la comunidad LGBTQ+ en España.En tiempos en los que la visibilidad y el activismo adoptan formas diversas, la discreción de Gorka Arotz es también una manera de reivindicar la normalidad: ser simplemente un hombre que ama, enseña y vive con autenticidad.

