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La crisis de gobernabilidad que sumió en la basura al Líbano o el cuento de otro gobierno paralelo

Para Occidente, el conservadurismo e incluso para algunas corrientes “progresistas”, no hay nada que la democracia representativa no pueda resolver. Cualquier obstáculo político puede ser resuelto por los iluminados defensores de la representatividad, a quienes se les ha “delegado” la voluntad popular para tomar decisiones importantísimas para el futuro de la nación.

Es por ello que les resulta molesto cuando el pueblo decide tomar las riendas del poder y defender el devenir histórico de las grandes mayorías. No obstante,  y aunque suene lógico que las mayorías deben gobernar, la derecha siempre defenderá la tesis de la representatividad porque constituye una forma de gobierno que evita responderle a quienes lo eligieron para ocupar un determinado cargo; algo así como “ey, ustedes me eligieron a mí para tomar decisiones en temas muy complejos en los que ustedes no están en condiciones de entender”. En otras palabras, es el desprecio a la sabiduría popular, que cabe destacar, no está en contradicción con el saber técnico.

La derecha venezolana defiende férreamente la democracia representativa, no protagónica.

Existen numerosos ejemplos de democracias representativas que han sumido a las grandes mayorías en crisis económicas y políticas. Parafraseado al gran pensador de nuestros tiempos, Eduardo Galeano, existen muchos doctores y gente “ultrapreparada” que han estado al frente de gobiernos y han sumido sus países en graves problemas ecnómicos. España, Francia, Portugal, Italia, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, Colombia, Argentina, Brasil, Chile y pare usted de contar… Sin embargo, hay un caso que llama la atención: Líbano.

Este país bañado por las aguas del Mediterráneo en El Levante es una república confesional (establecido así durante el coloniaje francés), lo que significa que sus tres poderes públicos son controlados por diferentes corrientes religiosas. Solo uno de los poderes es escogido por el pueblo: el Parlamento. Este posteriormente escoge al Presidente y estos a su vez, al Primer Ministro.

En teoría suena “bien” porque garantiza una equitativa repartición de poderes pero también supone llevar la política a una arena restringida a los ciudadanos. Muchos  críticos de este sistema proponen implementar las elecciones universales y directas, es decir, un ciudadano, un voto. Otro escenario posible, mucho peor, es el desacuerdo entre facciones de poder que podría generar un vacío de poder, justamente lo que ocurrió en el Líbano entre mayo de 2014 y octubre de 2016.

En el gobierno libanés debe existir presencia de las principales corrientes religiosas del país: cristianos maronitas, musulmanes chiítas y suníes.

Durante más de dos años, el Líbano estuvo en una profunda crisis política y económica debido a que los partidos y las facciones no se ponían de acuerdo e incluso boicoteaban las reuniones en el Parlamento. En 2015 surgió la llamada “Crisis de la basura”, cuando el Estado no logró renovar un contrato con la principal recolectora de desechos sólidos, lo que trajo como consecuencia que en pocos días buena parte del territorio libanés se sumiera en montañas de basura. Otros servicios básicos como el agua y la electricidad sufrieron destinos similares.

Durante 2007, también ocurrió una situación similar cuando al final del mandato del presidente Emile Lahud no se generó consenso en el Parlamento y debieron recurrir a la “ayuda” de Francia y las monarquías del Golfo Pérsico, para finalmente escoger a Michel Suleiman como nuevo presidente… en Doha, capital de Catar. Allí ocurrió el soberano acto de investidura presidencial.  Imagine hacer lo mismo con algún presidente hispanoamericano en Washington.

La ingobernabilidad trajo graves problemas para la sociedad libanesa como el fallo en la recolección de la basura y en los servicios de electricidad y agua.

En Venezuela, la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática sostiene y defiende esa misma tesis, la de la representatividad. Para estos, el poder gubernamental es una gran torta que debe repartirse entre todos para gozar de las cuotas de poder y no un medio para transformar positivamente las realidades de la sociedad en general.

Desde hace años, la oposición venezolana viene atacando al gobierno bolivariano por su incapacidad de llegar al poder por la vía electoral, generando confrontaciones en vez de plantear soluciones efectivas y no demagógicas que mejoren la calidad de vida de la población. En los últimos tres meses, ha sido aún más evidente su lucha por conquistar las cuotas del poder de las que han sido despojados.

El primer zarpazo de la derecha venezolana a la democracia fue en abril de 2002 con el Carmonazo.

La MUD también viene trancando la vía política para la resolución de los problemas que afectan a la sociedad venezolana desde hace  décadas como la pobreza y la creación de una estructura económica realmente productiva. La estrategia de la MUD ha pasado incluso a la creación de un gobierno paralelo que podría ser “legitimado” por sus seguidores e incluso por otros países aliados a la oposición.

Desde la Asamblea Nacional en desacato (Poder legislativo que está en manos de la oposición) pretenden trancar el juego político, algo así como ocurrió en Líbano, para pescar en río revuelto y aprovechar la situación para recapturar el poder político que hace casi dos décadas perdieron por la voluntad del pueblo pero que irónicamente, decidieron olvidar.

JA

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