InicioDestacada#VTanálisis El agua: un arma de guerra

#VTanálisis El agua: un arma de guerra

En Venezuela el servicio de agua potable es, en resumen, gratis. Usted dirá: “y eso qué importa si no me llega”. También eso es verdad. Por una serie de circunstancias que detallaremos a continuación, el servicio de agua potable escasea en las grandes ciudades, o simplemente no brota de los grifos.

No siempre es así y no solo por un hecho de desinversión, sabotaje y presión económica externa.

El agua, como bien natural imprescindible para la vida, tiene una connotación política tan valiosa en América Latina, que no una, sino mil veces, ha sido utilizada como último recurso para la ofensiva de guerra, como lo expresa dramáticamente Thomas Kruseen en su ensayo “La guerra del agua” en alusión al inverosímil proceso de privatización en Cochabamba, Bolivia, a finales de los años 90, cuando el pueblo estaba hasta impedido por ley de usar tanques para la recolección de las lluvias, que solo podía acopiar previo permiso de un superintendente privado.

Vital como el oxígeno, el agua se ha mercantilizado y terminó siendo un arma de guerra

Tan necesario como el oxígeno, el agua se ha convertido en uno de los recursos más explotados y cada vez más costosos del planeta. A la par, se trata de un recurso renovable, pero limitado, que se agota en la medida en que la contaminación y la sobrepoblación lo vuelven escaso.

Solo en lo sublime se traduce esa línea fundacional de Cien años de soledad, novela del colombiano Gabriel García Márquez, que sintetiza nuestra relación civilizatoria con el agua: “…Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.”

La brecha hídrica

Si bien el Banco Mundial estima que la región dispone del 31% de las fuentes de agua dulce del mundo, casi 37 millones de personas no tienen acceso al servicio de agua potable y no solo por un asunto de escasez, sino también de injusticia.

Por ejemplo, según informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las zonas rurales son las más desfavorecidas por esta situación, y en las de América Latina 60% de niños y niñas carecen de ese recurso, agrega la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

En el tramado urbano, gobierna la mercantilización del agua a través de esquemas privativos que implican suministro según el nivel social. En Colombia, Argentina, Brasil, México, Chile, entre otros, existen modelos de servicio que favorecen a la ciudad formal (urbanita y aburguesada de clase media) en menoscabo de la periferia marginalizada.

Mujeres y niños son, una vez más, víctimas de las asimetrías en el acceso al agua potable

Al barrio, la comuna, la favela, la villa, llega un agua potable tercerizada, cuando llega. Pero, además, a costos inexplicables, mientras que los grandes volúmenes se reservan para el uso industrial, la fábrica y la manufactura; para el campo de golf, el club social, las fuentes públicas, mientras al pobre se le surte a cuentagotas.

En muchas zonas rurales, aún existe el sistema de pozo profundo (o aljibe) donde se acumula agua de lluvia, o las represas de usos comunitarios.

Con este sistema, son las mujeres las que dedican horas al acarreo de agua hasta sus hogares, con lo que se expresa, además, la desigualdad de género.

La monstruosa mercantilización

Siendo un derecho básico, según las convenciones mundiales, por sus implicaciones en la salud de los ciudadanos y su impacto sobre la salubridad pública (multiplicado por los requerimientos higiénicos impuesto para combatir la Covid-19), algunas estadísticas resultan realmente catastróficas.

A la capital de México, llamada sencillamente DF (Distrito Federal), no llega suficiente agua porque sus fuentes naturales se están secando. Con más de 22 millones de habitantes, vive constantes episodios de ahorro que, no por casualidad, privilegian con líquido al epicentro financiero y turístico, en contraste con el perímetro de barrios pobres a donde llega un suministro inconstante ayudado por camiones cisternas.

Bogotá, la capital de Colombia, y Santiago de Chile, prestan algunos de los servicios más costosos del continente, por la singularidad de que su “producto”, el agua privatizada, es objeto de una especulación basada en los estratos sociales, siendo una relación servicio-costo asimétrica en comparación con el perímetro empobrecido.

Un estudio de 2018 de la Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) señalaba que, de 26 ciudades analizadas, apenas el 46% tenía la infraestructura necesaria para cubrir la demanda de agua generada por los habitantes urbanos.

Según el estudio, más de un tercio de estas ciudades (35%) poseía una facturación anual alta, superior a 100 dólares por familia, 46% se encontraba en la parte media – entre $ 50 y 100 – y 19% tenía una facturación anual baja, inferior a $ 50.

Tarifas impensables para Venezuela. Y es que, en la mayoría de nuestros vecinos del orbe, la mercantilización del agua es el negocio por el cual apuestan los grandes grupos empresariales.

Como en la Venezuela de los años 80-90, cuando se decidió, por recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), iniciar una dura carrera de privatizaciones de los servicios públicos como sistema de gobernanza neoliberal, y por ende se crearon las empresas hidrológicas regionales bajo la matriz de Hidroven, llevando a las corporaciones transnacionales a considerar al agua como una mercancía que puede comprarse y venderse, y no como un bien común.

El agua potable se «fabrica», lo que implica grandes costos que las coporaciones aprovechan para mercadear

Esta concepción, aplicada a la mayoría de los países de América Latina, agrega la idea del control del comercio del agua, la compra de derechos de acceso a las aguas subterráneas y las cuencas hidrográficas en su conjunto, para adueñarse así de grandes reservas hídricas; comprar y vender acciones en una industria creada para multiplicar exponencialmente sus ganancias en los años por venir. ¡A privatizar la lluvia!, como en Bolivia.

Venezuela: con alma de agua 

Venezuela, lejos de lo que hoy se pueda pensar, desarrolló desde el inicio de la Revolución Bolivariana una política hidrológica digna de las más nobles causas en pro de la equidad en el acceso a los recursos, la masificación del servicio y la “desprivatización” que en los noventa lideraron nefastos personajes como José María de Viana y Norberto Bausson, voceros recurrentes de los medios de derecha a la hora de señalar cómo es que la “falta de liberalización” es la que ha generado la crisis del agua en el país.

Al inicio del Gobierno bolivariano, cuando el servicio era dificultoso por las complicaciones geográficas que impedían a la ingeniería hidráulica “escalar” agua desde sus tomas naturales a través de una inmensa red de embalses y acueductos hasta los centros poblados, caso Caracas y su empresa Hidrocapital, se creó un novedoso sistema de Mesas Técnicas de Agua y Consejos Comunitarios del Agua que permitieron al Poder Popular organizar distintas soluciones parciales para el suministro.

Las Mesas Técnicas del Agua fueron una respuesta política y comunitaria de la revolución a las fallas del servicio

La hidrológica de la región capital que abastece a Caracas, Miranda y La Guaira, Hidrocapital, tiene a su cargo el abastecimiento formal de una población de más de 7 millones de habitantes, a través de los sistemas Tuy I, Tuy II y Tuy III (y el proyecto en ciernes del Tuy IV) que a diario deben luchar contra la gravedad para trasladar el líquido desde los embalses ubicados a menor distancia sobre el nivel del mar como Camatagua, Taguaza, Lagartijo, La Mariposa, entre otros, para subir hasta la capital, en algunos puntos con altitudes superiores a los 1000 msnm.

Esto incluye más de 200 estaciones de bombeo de agua potable y servidas. Las de agua potable se encargan de proporcionar la energía requerida para elevar el líquido desde cotas bajas hasta cotas muy altas, sufriendo desde hace varios años las consecuencias del ensañamiento criminal contra el sistema eléctrico nacional.

Trasladar agua hacia Caracas constituye un enorme esfuerzo de ingeniería hidráulica

Solamente en Caracas operan 86 estaciones de bombeo que impulsan el agua a través de 3.000 km de complejas redes de tuberías, para nutrir a los sectores ubicados entre cotas que van desde los 800 metros como la urbanización La California, hasta los 2.000 metros como la zona de El Junquito.

No conforme, a finales de la primera década de este siglo se institucionalizó por órdenes del presidente Hugo Chávez, La Fiesta del Agua, un creativo concepto de inversión sobre pequeñas y medianas obras de tomas y bombeo de agua hasta las comunidades más deprimidas de la ciudad, por lo general en los cerros olvidados y pauperizados, que comenzaron a disfrutar del líquido a pesar de llevar muchos años consolidadas.

Este enorme esfuerzo, como en el resto del país, fue posible gracias a que la revolución llegó a invertir más de 600 millones de dólares promedio por año, permitiendo pasar de un 82% de cobertura en agua potable en 1999, en evidencia una deuda histórica injustificable, a un 95,1% de cobertura nacional diez años después.

Eso favoreció que la gestión revolucionaria del agua lograra el cumplimiento, con tres años de anticipación, de las metas del milenio previstas para el 2015 en cuanto a la accesibilidad al agua potable, incorporando a más de 8 millones de habitantes al servicio en este periodo, contribuyendo así a la disminución de la morbilidad y mortalidad infantil por causas asociadas a la escasez del recurso hídrico.

Incluso, nos dimos el lujo de disfrutar de una holgada norma sanitaria en el uso de agua, estableciendo un límite de 250 litros diarios por persona, mientras que el de Colombia era de 180 litros, y el de otros países hasta 120 litros.

Las fiestas del agua, propuestas por el presidente Chávez, fueron hermosas jornadas populares

«Nosotros consideramos que 250 litros por persona no es un exceso; si una familia cuenta con cinco personas, eso equivale a 37.500 litros mensuales, pero por encima de esta cifra es un abuso», llegó a decir el presidente Chávez antes de que comenzara un plan de racionamiento del servicio a causa del bajo nivel de agua en los embalses debido a la escasez de lluvias en el período 2011-2012 y que inmediatamente movió al capital político de oposición para señalar que se trataba de un asunto de “ineficiencia del gobierno”.

Hoy, vivimos la peor etapa de las dificultades que no se atrevió a vaticinar ni el propio Chávez cuando le recomendó a los venezolanos, en un tono jocoso de vegano, “bañarse con tapara”.

Es el súmmum de todas las crisis, que se acentúa por los ataques al sistema eléctrico y a la red de acueductos, estaciones de bombeo y tuberías. Es también el freno a la inversión por la escasez de recursos, el boicot económico internacional, las sanciones de Estados Unidos contra los fabricantes que decidan negociar con el Gobierno bolivariano, y es que, vale decir, prácticamente todos los equipos y repuestos vitales para mantener el servicio estable son importados.

No se trata solo de pasar el grifo y esperar a que fluya: el agua es un arma poderosa. Como tal lo entiende también el cálculo político opositor e imperial que no tiene ningún temor de afectarla con sabotajes y usarla para el terrorismo sicológico, más en tiempo de Coronavirus.

“A Venezuela: ni agua”, parecen gritar los enemigos de la revolución. La guerra del agua está más viva que nunca.

Marlon Zambrano/VTactual.com

Crisis climática disminuye suministro de agua en EE.UU. y México

LEE Más

spot_img