Las comparaciones entre Benjamín Netanyahu y figuras como Francisco Franco o Adolf Hitler no se pueden entender de forma literal. Cada proceso histórico tiene sus particularidades, pero la historia nos enseña que ciertos patrones se repiten: la represión de las minorías, la construcción de enemigos internos o externos y el uso del nacionalismo como justificación del autoritarismo. En España, el recuerdo del franquismo y sus atrocidades ofrece un marco fértil para comprender por qué muchos analistas y sectores sociales ven paralelismos inquietantes entre el actual líder israelí y dictadores del siglo XX.
La dictadura de Franco: represión cultural y exterminio político
El franquismo no fue solo una dictadura militar; fue un proyecto ideológico de homogeneización nacional que borró de un plumazo la pluralidad cultural de España. Durante cuatro décadas, Franco persiguió la lengua, las instituciones y la identidad de comunidades como catalanes, vascos o gallegos. Al mismo tiempo, el régimen emprendió una represión sangrienta: ejecuciones, encarcelamientos, campos de concentración y desapariciones.
La memoria de estas prácticas represivas resuena hoy cuando se observa cómo Israel, bajo Netanyahu, impone sobre Palestina un sistema de ocupación y control que niega a un pueblo su derecho a existir libremente. Así como Franco impuso el “una, grande y libre” como dogma para justificar la eliminación de la diferencia, Netanyahu se apoya en la idea de la “seguridad nacional” para legitimar bombardeos, bloqueos y desplazamientos forzados.
Hitler y la deshumanización como estrategia política
Aunque ningún contexto histórico es equiparable al exterminio nazi, hay un punto de conexión que explica las comparaciones: la deshumanización del enemigo. Hitler construyó un aparato propagandístico que presentaba al judío como un parásito, un peligro existencial para Alemania. Ese discurso fue el preludio de la solución final.
En el Israel de Netanyahu, la retórica que presenta a los palestinos como una amenaza colectiva cumple una función similar: justificar ante la opinión pública una violencia desproporcionada y continuada. La lógica del castigo colectivo, los bloqueos prolongados y la violencia indiscriminada en Gaza recuerdan la manera en que el nazismo naturalizó la violencia contra un grupo humano reducido a “problema”.
España, minorías y memoria: un espejo incómodo
La historia española no solo habla de Franco, sino también de la experiencia de sus minorías étnicas y culturales. El pueblo gitano sufrió décadas de persecución y marginación. Catalanes y vascos fueron tratados como “enemigos interiores” por el simple hecho de reivindicar su lengua y autonomía. Esa misma negación de derechos colectivos fue uno de los sellos más oscuros del franquismo.
En Palestina, hoy se repite un esquema similar. El pueblo palestino es reducido a la categoría de amenaza existencial; su identidad, lengua y cultura son permanentemente negadas. Netanyahu, al igual que Franco en su tiempo, recurre a un aparato estatal que normaliza la represión y la exclusión como herramientas de gobierno.
Nacionalismo excluyente: del “una, grande y libre” al “Estado judío”
El nacionalismo franquista buscó imponer una visión única de España, negando toda diversidad cultural. De manera análoga, Netanyahu insiste en consolidar Israel como un “Estado exclusivamente judío”, un proyecto que convierte a los palestinos en ciudadanos de segunda o, en muchos casos, en población sin derechos básicos.
Las comparaciones aquí no son fortuitas: ambos líderes utilizaron la identidad nacional como un arma, no como un espacio de convivencia, sino como una frontera que divide entre quienes merecen derechos y quienes son condenados a la marginalidad.
La memoria histórica como advertencia
Las comparaciones entre Netanyahu, Franco y Hitler no buscan trivializar ni igualar horrores históricos, sino servir de advertencia. La España que aún lidia con la memoria del franquismo entiende lo que significa vivir bajo un régimen que convierte la diferencia en delito y el autoritarismo en norma.Si algo nos enseña la historia es que el autoritarismo nunca aparece de golpe: se gesta a través de discursos que deshumanizan, de políticas que restringen derechos y de sociedades que, a veces, miran hacia otro lado. Netanyahu, en su forma de gobernar, resuena con ecos de esos viejos fantasmas que Europa conoce demasiado bien. Y en este escenario, el respaldo político y diplomático de figuras como Donald Trump refuerza su poder y su narrativa, del mismo modo que Franco contó en su momento con apoyos internacionales estratégicos que prolongaron su régimen.

