InicioDEPORTESRebelión en la NBA con los jugadores buscando el control

Rebelión en la NBA con los jugadores buscando el control

Para ser justos, esto no es algo absolutamente nuevo. Pero su esparcimiento, la generalización y el alcance actual entre los jugadores, sin duda están revolucionando los propios cimientos de la liga estadounidense de baloncesto profesional, la NBA. O como también podríamos llamarle: la coalición de empresas del baloncesto norteamericano.

Para hacernos una idea, la que menor valor tiene en esa coalición es la franquicia de Memphis Grizzlies. Según el informe anual de Forbes sobre la NBA en su edición de febrero de 2019, el equipo tiene un valor de 1.200 millones de dólares.

Partamos del principio de que ante los ojos de una empresa, o al menos la gran mayoría de ellas, sus trabajadores no son más que un recurso que deben explotar al máximo hasta que no le sirva a sus intereses. Y si esa empresa tiene un valor promedio cercano a los 2.000 millones de dólares, mayor es la “propiedad”. Por eso, las franquicias de la NBA no son la excepción, salvando casos puntuales en los que la entrega de un jugador particular es realmente recompensada en un sentido más amplio que la simple retribución monetaria.

Históricamente los deportistas, en cualquier liga profesional, son tratados como productos. Solo a veces se recuerda que son personas de carne y hueso, con susceptibilidades, intereses y afectos particulares. Los equipos negocian jugadores, sus contratos, incluso son llamados assets (bienes o activos), equiparados en el mercado que es a la vez liga deportiva con elecciones del draft y hasta dinero envueltos en las negociaciones entre equipos.

Solo un pequeño grupo de jugadores, las llamadas «súperestrellas», tiene poder de elección en la NBA. Imagen: SBNation.com

Revolución en proceso

Eso no ha cambiado sustancialmente. Pero en años recientes los jugadores, amparados en el valor de sus aportes particulares a los equipos o el “valor” que les asigna el mercado, han comenzado a establecer nuevas dinámicas. Eso sí, todavía resultan insuficientes esos cambios. Solo un selecto grupo que quizá no llegue a 30-40 jugadores, tiene el poder real de decidir su destino.

El sistema de contratos, topes salariales, traspasos y agencia libre de la NBA es todo un mundo en sí mismo. Sin embargo, hay algunas reglas básicas para comprender cómo funciona. Para empezar, los equipos tienen un tope de salarios establecido por la liga, que es igual para todos. Si se pasan, deben pagar impuestos por tasa de lujo. A la vez, hay niveles de contratos dependiendo del escalafón de los jugadores. Por ello, las grandes estrellas pueden aspirar a mayores contratos que el resto, lógicamente. Pero esa no es su única ventaja.

La temporada que finalizó hace poco más de un mes nos dejó uno de los episodios más emblemáticos de la toma de poder de los jugadores estelares sobre sus propios pasos en la liga.

El caso de Anthony Davis

No había llegado siquiera la mitad de temporada. De repente, saltó la bomba: Anthony Davis había avisado que no quería seguir en su equipo, los New Orleans Pelicans. Pero, ¿cómo era posible? Davis tenía contrato vigente no solo hasta el final de esa temporada, la 2018-2019, sino hasta el final de la 2019-2020.

¿Cómo puede un jugador saltarse la obligación contractual? ¿Sobre todo si recibe millones de dólares de su empresa? A través de la amenaza. Avisan que no quieren renovar con la franquicia una vez que acabe el contrato en curso y la única opción que tienen para sacar algún provecho del jugador en cuestión es traspasándolos a otro equipo. Eso sí, más les vale que el traspaso sea hacia el equipo que desea el jugador. De lo contrario, hay otra amenaza latente: una vez finalizado el contrato, que hereda el nuevo equipo al que llega el jugador, tampoco renovarán y podrán ir a donde quieran. Esta otra amenaza afecta el “valor de mercado” del jugador, por el que los equipos temen apostar fuerte sabiendo que podrían quedarse con nada al finalizar el contrato.

En el caso de los Pelicans, terminaron dándole el gusto a Davis, uno de los mejores jugadores en su posición en la NBA. Y el “negocio” no les salió nada mal. Recibieron varios jugadores con buenas sensaciones de futuro para rearmar el equipo tras la salida de “AD”. Para el jugador, se dio el escenario soñado: jugará donde quería, Los Angeles Lakers junto al que es considerado por buena parte de la fanaticada y la prensa como el mejor jugador de todos los tiempos, LeBron James.

Paradójicamente, muchos atribuyen precisamente a James el germen de este movimiento de liberación contractual de los jugadores de la NBA. LeBron comenzó con una tendencia de firmar contratos cortos para mantener el control sobre sus pasos futuros a corto plazo, y siempre ha jugado donde ha querido, en consecuencia.


Desde su llegada a Miami Heat, LeBron James tomó el control sobre sus contratos. Foto: David Álvarez/NBA.com

Pero las amenazas no siempre generan al jugador lo que desea. Un año antes, Kawhi Leonard, miembro de la élite defensiva de la liga, lanzó el mismo discurso a su equipo del momento, San Antonio Spurs. El equipo lo traspasó, sí. Solo que lo envió lo más lejos posible de lo que él quería: llegó al único equipo de Canadá, los Toronto Raptors. Llegó al clima más frío disponible en la NBA, diametralmente opuesto al de Los Angeles, California, su tierra natal. Allí quería jugar Kawhi.

El equipo de Toronto apostó por Leonard sabiendo que su contrato solo estaría vigente para la temporada siguiente, y que el jugador no quería sino volver a casa. Y en efecto, luego de que Leonard guiara a Toronto al primer campeonato de su historia, se volvió agente libre al finalizar su contrato y se fue. Ahora, jugará en el otro equipo de Los Ángeles, los Clippers. Eso solo ha sido posible porque Kawhi tomó el control de su futuro. Y el de otros.

Leonard no solo volvió a su ciudad, sino que ademásllevó consigo a otra estrella, Paul George. El caso de George es el más curioso, quizá, de la historia de la NBA. El jugador californiano tenía contrato vigente por tres años más, pero exigió el cambio de equipo y el suyo, Oklahoma City, le dio lo que pedía, traspasándolo al nuevo equipo de Leonard en cuestión de horas.

¿Nostalgia, paridad entre competidores o sentido de la derrota?

No todos ven con buenos ojos lo que está pasando. Especialmente los dueños de equipos y el comisionado de la NBA, Adam Silver, quien ya se ha pronunciado contra las demandas de traspasos por parte de los jugadores en varias ocasiones. Lo hizo cuando salió a la luz el tema de Anthony Davis y más recientemente tras el triángulo Kawhi-George-Clippers. En esta última ocasión, apeló al aspecto sentimental, catalogando este tipo de acciones por parte de los jugadores como “descorazonadoras”.

Su principal argumento es la búsqueda de paridad en la competencia. Que los equipos de “mercados pequeños” (New Orleans, Memphis, por mencionar algunos) tengan las mismas oportunidades que el resto. Pero deja de lado el poder de elección de los jugadores, de manera muy conveniente para los intereses de las franquicias.

Los medios, por el contrario, se han volcado casi en su totalidad hacia el lado de los deportistas. Y no es casual: cadenas como ESPN y TNT están plagadas de exjugadores NBA entre sus comentaristas y analistas. Nadie mejor que ellos conoce lo que significa ser “propiedad” de un equipo de la liga. El gran problema de esta oleada es que son muy pocos los jugadores con ese poder: no es lo mismo que te amenace LeBron James, por ejemplo, que P.J. Tucker. ¿No suena el segundo nombre? Exacto.

Juan Ibarra

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