Nos compramos un Corsa de tercera mano que fuimos pagando en partes -y hasta en especies-, y nos sacamos un apartamentico en Guarenas con un crédito indexado que no pudimos pagar nunca hasta que llegó Chávez, y empezamos a creer que éramos dueños de los medios de producción y teníamos la capacidad de modificar las estructuras económicas y filosóficas del país.
Nos autoengañamos creyéndonos herederos naturales de la vieja burguesía terrateniente y parte de un exclusivo segmento de la población que debía opinar de todo y acusar al gobierno de populista, enarbolando las banderas del establishment como miembros conspicuos de eso que llaman la “élite” de la sociedad.
Urbanistas desclasados y colonizados, se nos olvidó por completo que venimos del barrio, que si no chambeamos no comemos, nos dan asco las aglomeraciones del centro de Caracas y sobre todo, casi vomitamos cuando nos incluyen en expresiones como patria o pueblo.
Obviamente, estamos muy confundidos, y debemos repasar este sencillo decálogo para comprender de una vez por todas que nunca pertenecimos, pertenecemos ni perteneceremos a la burguesía a la que tanto anhelamos.
- Al burgués le toca llamar desde la piscina de su mansión a sus empleados para verificar el estatus de los containers que mandó a traer desde China directo a su fábrica. A uno le sale levantarse a las 4:30 de la madrugada para prepararnos una arepa con queso -sin mantequilla- antes de salir a trabajar.
- No hemos ido a Montecarlo en verano ni conocemos el Mediterráneo, sino que lo más lejos que hemos llegado es a Playa Chocolate en Higuerote durante las vacaciones escolares, en el Corsa y con la mujer, la suegra, los cuatro carajitos y un perrito cacri que a alguno de los muchachos le dio por llamar “Filuray”.
- El burgués resuelve su sueño americano con un viajecito a Disney World y un apretón de manos a Mickey Mouse. Nosotros nos conformamos con una travesía hasta el Big Low Center de Valencia o, como mucho, un full day en el Parque Kariña de Barcelona, hasta nuestras próximas vacaciones familiares, en cinco años, a San Juan de Los Morros.
- Los burgueses casados celebran sus bodas de plata paseando con su velero privado por el archipiélago de Los Roques para terminar en una cata de langostas en el roque Francisqui. A Nosotros nos toca un recorrido a pie con la cuaima por Los Próceres, para terminar comprando una paleta que alcance para los dos, y de regreso en Metro, pa´ que sea seria.
- Ellos resuelven renovar la lencería de su hogar con piezas exclusivas del Corte Inglés, en Madrid, o las galerías Fnac de París. Nosotros nos vamos para los manteleros de la avenida Baralt bajando hacia Quinta Crespo, donde a lo mejor conseguimos esas cholas soñadas con remiendo engrapado que tanto nos enloquece.
- Un burgués sinvergüenza paga en efectivo y con dólares unos bombones suizos Pierre Marcolini para su amante escandinava. Uno echa pa’ lante con cinco Flaquitos por 1$, de esos que venden los buhoneros que se suben al autobús, para llevarle a la negra de Caucaga.
- Un caprichito burgués es invitar a unos panas del club a un restaurante caro del este de la ciudad, y pedir al dueño cerrar las instalaciones para mayor exclusividad e invitar varias botellas de wiski 18 años. Nosotros buscamos colearnos entre los bebedores del botiquín de la esquina a ver quién brinda un chute de cocuy o nos deja el culito de la birra, mientras contamos cualquier historia alocada de nuestra juventud a ver si entreteniendo a la clientela nos brindan la otra.
- La burguesía mueve sus cuentas en dólares a través de testaferros en los paraísos fiscales de Andorra o las Islas Caimán. Uno hace una cola de tres horas frente al Banco Bicentenario de La Concordia, para que un cajero malencarado le afloje 20 mil piches bolos que no le alcanzan ni para un ida y vuelta en el autobús hasta Catia.
- El buen burgués adquiere su mercado semanal en el Cine Citta de Bello Monte, vía on line, y lo recibe en la puerta de su casa por dos empleados uniformados. La nota de uno es comprarse el rollito de papel toilet individual en los chinos de la cuadra, prenderles un peo porque otra vez lo aumentaron, llevarlo a casa y notar que como es de mala calidad, no alcanza ni para dos días.
- El burgués venezolano promedio vio El discreto encanto de la burguesía de Luis Buñuel en función privada del cine Trasnocho Cultural de Las Mercedes, y no entendió un coño. Uno la vio por un quemaíto que compró en La Hoyada y tampoco entendió nada. Es lo único en lo que nos parecemos.
Marlon Zambrano/VTactual.com
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