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Armas biológicas, luchar contra lo invisible

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Four-ship formation on a defoliation spray run. (U.S. Air Force photo)

En películas, series, documentales y hasta videojuegos, la guerra es presentada como un enfrentamiento en el que ambas partes corren peligro casi por igual. Disparos de lado y lado, enfrentamientos cuerpo a cuerpo, vehículos destruidos en su intento por descargar su potencia de fuego.

Lo que no muestran regularmente es la otra cara, menos “justa”, en la que armamento no regular es utilizado con la finalidad de atacar blancos no solamente militares. Además de las operaciones psicológicas y las estrategias de desestabilización de la vida cotidiana de una Nación enemiga, las armas biológicas hacen parte del arsenal bélico en el mundo.

Como armas de carácter biológico son conocidas aquellas que estén basadas en patógenos (virus, bacterias o cualquier organismo) que sea utilizado como un arma, con la finalidad de generar enfermedades, infecciones, y hasta la muerte, masivamente y sin ser detectado con facilidad. Se pueden esparcir por aerosoles, a través de animales inoculados con las enfermedades, y hasta infectando los suministros de agua.

Uno de los principales países que incluye en su accionar discursivo la condena de este tipo de armamento es Estados Unidos, a pesar de que en la práctica haya acudido a este en numerosas ocasiones.

La historia norteamericana de bioterrorismo se remontaría a los tiempos de la colonia británica. Según se puede leer en el portal voltairenet.org, Ken Lawrence sitúa un primer punto de uso de bioarmamento en Estados Unidos, en el Siglo XVIII.

El gobierno entregaba a nativos norteamericanos mantas infectadas con viruela, y esta estrategia sería utilizada nuevamente durante las “Guerras Indias”, ya en el siguiente siglo. Así lo relataría Lawrence en su libro The history of U.S. biochemichal killers (La historia de los asesinos bioquímicos de Estados Unidos).

Más recientemente, en la Guerra de Vietnam, el “agente naranja” fue rociado en campos vietnamitas en una cantidad que rondó los 20 millones de galones. Autoridades locales sitúan por encima de los 500.000 los niños nacidos con algún tipo de malformación, además de unas 400.000 mutilaciones, a causa del agente altamente tóxico que contenía.

En principio se trataba de un herbicida, con el que pretendían la deforestación de largas extensiones de terreno para impedir el refugio a las guerrillas vietnamitas, así como entorpecer la producción de alimentos de la nación asiática.

En los años 80, ya finalizada la guerra, Estados Unidos acusó a Vietnam del uso de armas químicas, como después haría con Irán, Libia, Corea del Norte, Irak y, más recientemente, con Siria. Siempre, buscando justificar incursiones armadas del ejército estadounidense en esos territorios, y potenciar así invasiones que, en algunos de los casos, terminarían con saldos escandalosos en muertes y destrosos, de infraestructura, sociales y económicos con graves consecuencias para los pueblos de dichos países.

En el caso sirio, diversos ataques en zonas como Alepo han sido atribuidos a las fuerzas leales a Bashar Al Assad, por Washington y los consecuentes medios que respaldan normalmente al Gobierno norteamericano.

Al Assad ha salido al paso desmintiendo cada acusación, asegurando que se han tratado de acciones de los grupos terroristas que se oponen a su gobierno, y que hacen parte fundamental en el conflicto armado que atraviesa actualmente la nación árabe.

Serguei Lavrov, canciller de la Federación Rusa, ha asegurado que nadie ha presentado alguna prueba convincente que vincule al gobierno sirio con dichos ataques. En declaraciones recogidas en abril del presente año por el portal Sputnik News, Lavrov aseguró además que habría suficientes pruebas para “suponer con alto grado de seguridad que los terroristas no solo tienen acceso a las sustancias químicas, sino que las producen».

Ya para octubre, el mismo portal se haría eco de unas palabras de Ígor Nikúlin, quien habría formado parte de la comisión de Armas Biológicas ante la Organización de Naciones Unidas, que realizó averiguaciones en Irak y Libia.

Para Nikúlin, habría dos opciones de acceso de los terroristas a armamento químico. Una de ellas, la más probable según el experto, sería a través de los Estados Unidos, que en principio consideraban al frente Al Nusra como un grupo moderado de oposición en Siria. El imperio norteamericano está claramente detrás de los intentos de derrocamiento de Bashar Al Assad, por lo que no sería descabellada la mencionada relación.

No sería, además, la primera vez que se benefician de acciones similares. Durante el conflicto en Libia, los “rebeldes” hacían uso de armamento biológico contra civiles libios, y dichos ataques serían atribuidos a las fuerzas militares libias. Todo el escenario acabaría con el derrocamiento y asesinato de Muamar el Gadafi, hasta entonces presidente de la Nación africana.

También ha habido casos de terrorismo, en un sentido más estricto, no asociado a conflictos armados. Uno de ellos ocurrió en Japón, a mediados de los años 90. El grupo Aum Shinrikyo realizó un ataque coordinado en cinco puntos del metro de Tokio. Como resultado, 13 personas murieron, otras 50 fueron gravemente heridas y alrededor de mil contrajeron problemas temporales en la visión.

Durante el año 2001, en Estados Unidos, el envío de cartas con ántrax a diversos medios de comunicación en NuevaYork, así como a dos senadores del Partido Demócrata, dejaron como resultado cinco muertos, de entre un total de 22 infectados.

Este tipo de acciones remontan a la ficción. Parecieran salidas de un capítulo de The X-Files (los Expedientes Secretos X) o de cualquier película de ciencia-ficción en la que el mundo enfrenta el momento posterior a un apocalipsis causado por alguna guerra, y la tierra o la poca población restante tiene muy limitadas sus capacidades de supervivencia. Pero la realidad puede ciertamente superar a la ficción.

Tan solo de pensar que los creadores del “agente naranja” utilizado en Vietnam, Monsanto, son hoy día los mayores proveedores de semillas en el mundo, hace por lo menos pensar en la seria posibilidad de un futuro gris para la humanidad, y su vida en la tierra.

JI

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